viernes, 15 de noviembre de 2013

8.- El centro estratégico de la Península

El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se alzó en armas contra el ejército de Napoleón y su ejemplo inició la guerra de la Independencia para expulsar a los franceses del país. Hubo revueltas populares por todas partes, pero una destacó sobre las demás, la de Zaragoza. 

En Zaragoza, en el plazo de siete meses, un ejército popular sufrió dos sitios del invencible ejército de Napoleón y su cerrada defensa causó la admiración y el asombro en Europa. Los franceses fracasaron en el primer sitio y se replegaron a los Prinieos. Regresaron con lo mejor de su ejército, la Grand Armée, que tomó la ciudad en el segundo sitio y se quedó hasta 1813. Ese año los franceses no defendieron Zaragoza, no pensaban quedarse ya más en España. 

Zaragoza, más que ninguna otra ciudad, ha sido la clave para lograr la hegemonía de la Península. Esta ciudad es, si es que eso existe, el centro estratégico de España. A lo largo de la historia, quien controló Zaragoza se convirtió en el poder hegemónico peninsular. Parece que, si no puedes ser dueño de Zaragoza, tampoco lo serás de España. 

Casualidades o no, el caso es que los sedetanos, que es el nombre del pueblo íbero que dominaba este tramo medio del valle del Ebro, fueron aliados de los romanos desde su guerra contra Aníbal. Tampoco voy a decir que Escipión venciera a Asdrúbal Barca gracias a la ayuda sedetana, ni que lograsen la conquista de Hispania gracias al control de Saldule, que así parece que se llamaba entonces Zaragoza, pero mira, algo les ayudaría. A lo menos les cubrieron el flanco a Escipión y el caso es que según la pintan, Asdrúbal pasó los Pirineos por el Atlántico y no por el Mediterráneo, dando un buen rodeo. 


Y a los sedentanos tampoco les fue mal con su alianza, y la ciudad prosperó y creció en los dos siglos siguientes, hasta que, en el año 14 a. C.  Augusto edificó una colonia romana con su propio nombre sobre la vieja Saldule.  

Más claro es el papel estratégico de Cesaraugusta-Zaragoza en las invasiones bárbaras de la primera década del siglo V. Cuando suevos, vándalos y alanos entraron a saco en la península a principios de siglo, atravesaron pero no conquistaron la Tarraconense, que se mantuvo leal a Roma y resistió la embestida, en buena medida gracias a las potentísimas murallas de Cesaraugusta. Y a los cinco años de la invasión, el imperio pudo recuperar la hegemonía y expulsar a vándalos y alanos con la ayuda militar de los visigodos gracias a su dominio en el valle del Ebro.

Desde su refundación por Cesar Augusto, la plaza de Zaragoza no se fue rendida a ningún bárbaro, bagauda o invasor hasta el año 472, cuando lo hizo ante Eurico, rey de los visigodos. Más que una conquista extranjera, la rendición de Zaragoza fue un ejercicio de realismo político, pues los godos eran ya la única fuerza militar del Imperio, y sólo cuatro años después, el 476, el rey ostrogodo Odorico ejecutó la disolución legal del Imperio Romano de Occidente, obligando a abdicar al último emperador, Rómulo Augusto, y se declaró heredero suyo como rey de Italia. El visigodo Eurico hizo lo propio y se tituló rey de Tolosa, un fabuloso pero efímero reino que se extendía desde la ciudad de Tours hasta Gibraltar. 



El problema del reino de Tolosa era que los francos conquistaron el reino de Sagrio, la última provincia de obediencia romana de Occidente y así se hicieron con eje Reims-Paris, la llave de Francia. Poco a poco, bajo presión franca, los visigodos fueron trasladándose hacia España, donde su dominio del valle del Ebro les aseguraba la hegemonía peninsular. Así que se quedaron aquí. 


La rapidísima conquista árabe del 711 fue un pacto de los árabes con una facción de la nobleza romano-visigoda, y como en otras muchas ciudades, Zaragoza se rindió al invasor tras rendir vasallaje su dueño local, el noble romano-visigodo Fortún, hijo de Casio, que el 714 abrazó el islam y pudo así conservar su feudo para su muy noble familia, en adelante los visigodo-musulmanes Banu Qasí, es decir, hijos de Casio.

Aunque casi siempre se nombra la batalla de las Navas de Tolosa, de 1212, como la que decidió el fin de la presencia musulmana en la península, el punto de inflexión en la Reconquista fue la toma de Zaragoza por Alfonso I El Batallador en 1118. Poco antes, en 1085, el rey Alfonso VI de Castilla y León había conquistado Toledo, llevando la frontera cristiana hasta el Tajo y provocando la reacción de los almorávides, que derrotaron a Alfonso VI en Sagrajas al año siguiente. La cosa quedó pues más o menos en tablas hasta que el 1118 Alfonso I El Batallador conquistó al fin Zaragoza y evidenció la debilidad almorávide. 

Desde entonces ninguna reacción musulmana amenazó la hegemonía cristiana, ni siquiera la de los almohades, que poco hicieron más que resistir. Y como curiosidad, El Batallador fue el primer rey que se dio a sí mismo el nombre de rey de Hispania, en realidad emperador: Imperator Totius Hispanae

Qué más decir; en la guerra de Sucesión, la batalla de Zaragoza de 1710 dejo el campo quedó abierto para el Archiduque Carlos, que pudo entrar en Madrid, pero el Archiduque no dejó destacamentos en Zaragoza y no tuvo verdaderos apoyos más allá de Cataluña. En realidad, el Archiduque Carlos aspiraba al trono de Austria tanto o más que al de España y nunca se comprometió del todo con su propia causa. Y, por último, la guerra Civil la ganaron los militares sublevados, que controlaban Zaragoza. 

En fin, todo es discutible, pero no es casualidad que Zaragoza vaya camino de convertirse en el mayor centro logístico del interior de la península. 



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