miércoles, 6 de junio de 2018

151. La Trampa de la Diversidad y la Izquierda Soñada.


Como me ha salido una entrada larguísima, he decidido poner un resumen, así os ahorro el trabajillo si no os interesa. 

Resumen: Os presento una crítica del libro recién publicado 'La trampa de la Diversidad' del narrador y periodista Daniel Bernabé sobre la banalidad de la nueva izquierda y la necesidad de recuperar los valores tradicionales que convirtieron sus políticas en hegemónicas tras la Segunda Guerra Mundial. La originalidad del ensayo no viene dada por las tesis que maneja sino por su marcado carácter narrativo, y es aquí donde tiene también su mayor interés, al permitirnos descubrir los valores y aspiraciones de esa izquierda criticada y soñada en la que se reconoce el propio narrador y que pretende representar.

1. La Diversidad y la izquierda. 
La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó laidentidad de la clase trabajadora es un libro de una claridad expositiva que se agradece. Su propósito se resume ya en su mismo título, y la tesis central se repite a lo largo de todo el libro, pero especialmente en el Capítulo V, titulado, precisamente, La trampa de la diversidad
[Los subrayados son míos y los números de página van (entre paréntesis)]

Como consecuencia de la sobreexplotación e la diversidad, al quedar la agenda pública cada vez más ocupada por ese tipo de conflictos, tratados desde el prisma neoliberal, se da la sensación de que discutimos más sobre lo anecdótico que sobre lo efectivo. (133-134)

Las manifestaciones antiglobalización eran sin duda coloristas, pero en extremo poco operativas. Si bien había un criterio unificador, un rechazo difuso al globalismo capitalista, lo importante era mostrar una amplia diversidad de grupos, reivindicaciones y consignas. ...                             [***sobre esto, hay una nota al final]
Lo importante no era el objetivo de la protesta, inclasificable, siempre postergado, sino la portesta en sí misma, el happening, el que tal o cual colectivo quedara representado en el suceso, la heterogeneidad. (139)

En la práctica cotidiana, mientras que las injusticias materiales tienen menos peso en el debate público, los debates y conflictos en torno a la diversidad devienen una retórica inacabale sobre hechos intrascendentes que no alteran mínimamente ninguna estructura...
La clave está en entender el cambio de relación con la política, de algo ideológico a algo aspiracional, que el neoliberalismo introdujo a través de la clase media. Este cambio afectó a las luchas redistributivas con la cuña del individualismo. (153)

La tesis argumental, que tampoco puede considerarse original (por ejemplo, basta leer el resumen de Contra la postmodernidad, de Ernesto Castro), sí está suficientemente explicada a lo largo de todo el libro y creo que estas pocas líneas bastan para resumir los fundamentos del cambio paradigmático propuesto, que en el último cuarto del siglo XX habría llevado las reinvindicaciones sociales de la izquierda occidental desde lo material a lo simbólico. Este cambio provocado por «el neoliberalismo» habría conseguido relegar las viejas reivindicaciones redistributivas de la clase trabajadora. 

En la actualidad, con la popularización del pensamiento posmoderno, las protestas se habrían convertido en un fin en sí mismas, transformadas en festivales performativos que sólo persiguen la representación identitaria de aquellos que protestan, mejor cuanto más individualizada sea esta representación. 

Esta es la cuestión.

2. La Trampa del discurso.
Lo que enseguida choca del libro es que el autor hace aquello mismo que denuncia. Bernabé renuncia explícitamente a descubrirnos las instituciones que operaron esta singularísima transformación, a identificar los agentes sociales movilizados por el neoliberalismo para instrumentalizar a la clase trabajadora, o a concretar los cambios socioeconómicos operados.

Este no es un ensayo académico sino, a lo sumo un libro que desde la narrativa y lo periodístico pretende acercar y desentrañar la naturaleza de estos debates que pese a estar claros en la teoría no lo están tanto en la práctica. Pero éste es también un libro que toma partido, que expone unas opiniones y que cree que en el debate sobre la redistribución y el reconocimiento no se tiene en cuenta que el reconocimiento de la diversidad opera cada vez más como un producto aspiracional bajo las condiciones neoliberales. (152).

Bien, nada que objetar, pero el problema del libro no es que renuncie al academicismo o incluso a la originalidad, sino que renuncia a toda argumentación factual, basada en evidencias empíricas, globales o singulares. Bernabé evita en lo posible toda referencia a su entorno real, ese mismo entorno material que lamenta perdido para la izquierda. No analiza la situación de los partidos, sindicatos o incluso de la clase trabajadora que añora o asegura añorar, especialmente si se encuentra en su entorno social más cercano, y en su lugar construye un relato simbólico fundamentado sobre ejemplos singulares y casi siempre tomados de la sociedad norteamericana, como:
  • la quedada fumeta de Ruth Hole en 1929 en Nueva York con que abre el capítulo I; 
  • la voladura de un complejo residencial de san Francisco en 1972 que abre el caítulo II, 
  • el intrascendente encuentro del robot K5 con la activista Fran Taylor en San Francisco en 2017 que abre el capítulo III; 
  • o la absurda historia de Holland y Jeni de 2017 que incia el capítulo IV; 
  • etc. 
Y todo el libro está preñado de referencias a la cultura audiovisual, a las series de TV cuyas ficciones usa a capricho para representar y analizar la realidad social, a películas como Rambo III o Forrest Gump con las que Bernabé reinterpreta ad hoc la historia del último tercio del siglo XX.

Todo el análisis, casi siempre bien expuesto y en ocasiones perspicaz, se resiente por una increíble superficialidad. Por ejemplo, Bernabé analiza la muy interesante cuestión de cómo el militante de los viejos partidos dio paso a un nuevo activista (140), pero lo hace sobre evidencias tan vaporosas y discutibles como que: 'no era raro encontrar expertos en cultura arrebatada de tal pueblo precolombino pero que desconocían las condiciones laborales de la asistenta dominicana que limpiaba en la casa de sus padres de Pozuelo.' No sé cuántos expertos en cultura arrebatada precolombina puede haber en España, aunque imagino que muy pocos, siendo que en la compartimentada estructura departamental de las universidades españolas ni siquiera es una especialidad de la Historia sino más bien de la Antropología, pero lo que me pregunto es si Bernabé conoce a ese experto concreto en cultura precolombina cuyos padres en Pozuelo tienen una asistente dominicana, o simplemente se lo inventó todo para hacer categoría socioeconómica de una ficción literaria. 

Poco más adelante, Bernabé sigue ficcionando las categorías al retratar el antiguo ser comunista de 1978, del que dice que: 'vivía en su barrio', y que: 'seguramente tenía una ideas muy marcadas. Tomaba responsabilidades si así se lo requería el partido, aunque seguramente defendía con convicción...' Bernabé opone este ejemplo de comunista responsable y sacrificado al actual: 

...cuya formación será endeble, o bien basada en aforismos y citas que usa con soltura punitiva, o bien será un voraz lector escolástico, es decir, sin establecer nunca relaciones con su entorno y momento más allá de las que establecería un rabino que sabe de memoria la torá. posiblemente calificará de «posmo» e idealista a cualquiera que no ponga como objetivo inmediato la reactivación del Pacto de Varsovia. Su identidad no surge de su cotidianidad, de su contexto real, de su vida, de su ser comunista, sino que la adquiere, a priori, como un coleccionista haría con algún tipo de bien valioso. (145) 

Estos comunistas ejemplares, como la cajera y el consultor de Zara que según Bernabé ganan ochocientos y tres mil euros respectivamente, se consideran de clase media y admiran a Amancio Ortega (128), no tienen nombre ni apellido porque son arquetipos, tipos imaginados para representar esa clase media que se identifica con sus aspiraciones y no por sus necesidades reales. La cuestión, repito, es que Bernabé no creó estas personalides-tipo a partir de estudios sociológicos, resultados de encuestas, investigaciones periodísticas o simples entrevistas, sino como herramientas narrativas. Los análisis histórico y sociopolítico del libro de Bernabé son literarios. Sus descripciones sociales, aunque se inspiren en su entorno o en sus lecturas, no son reales, sino literariamente realistas, incluso costumbristas, y en el ejemplo del comunista «hoy», diría que posiblemente autorreferente, en cualquier caso, de ficción.

Cuando Bernabé advierte que su libro está hecho desde la narrativa y el periodismo, quiere decir que está hecho desde una ficción construida en referencia a una heterogénea colección de clichés y noticias (publicadas mayoritariamente en la prensa americana), y en su propia inventiva.

Sobre todo, Bernabé evita cuantificar, y las pocas veces que se refiere a cuestiones contables es evidente que subordina la fiabilidad a la elocuencia del discurso. El primer aviso para quien lee llega pronto, en la página 39, donde afirma que la demografía europea se mantuvo: 'practicamente estable de 1500 a 1800', cuando lo cierto es que en esos 300 años la población de Europa se dobló (Allen, 1990), en significativo contraste con la situación de equilibrio malthusiano de los siglos medievales (Karayalcin, 2015). 

Y cuarenta páginas más allá (79) Bernabé vuelve a sorprender al afirmar con rotundidad que en los años ochenta los EEUU eran el segundo país donde el sector público tenía más peso en la inversión tras la URSS, aunque incluso sumando los gastos de Defensa los valores de inversión pública de los EEUU fueron del 3-4% (Debortoli y Gomes, 2014) similares o ligeramente superiores a los de otros países europeos del G7 pero muy inferiores a los de Japón (en torno al 9% PIB) y los países en desarrollo, que presentaban valores medios habituales entre el 5% y el 10%, llegando incluso al 20% en ciertos casos como Egipto (Frederick et al, 1995). 

Y en la misma página (79) Bernabé dice sin recato alguno que con Reagan la industria de defensa de los EEUU se desarrolló 'de forma exponencial', aunque según los datos del gobierno de los EEUU el gasto de defensa pasó de un 5,7% de media con Carter al 6,5% en el primer mandato de Reagan, o sea, una subida del 0,8% del PIB. 

En perspectiva histórica, la verdad es que desde la guerra de Corea hasta el fin de siglo XX el gasto militar de los EE.UU mantuvo una tendencia descendente, y si hay que señalar un umbral significativo, eligiría el 8% de gasto en los años justo despues de la II Guerra Mundial que LOs EE.UU. no recuperaron hasta que las tropas americanas  comenzaron a retirarse de Vietnam y dieron inicio los acuerdos SALT 1. 

En la década de los setenta el presupuesto de Defensa continuó bajando hasta alcanzar el 5,5% en 1979, aunque volvió a aumentar con la revolución iraní, en el último año mandato del presidente Carter, subiendo al 5,9 en 1980 y alcanzando el 6,8 el año 86, en la mitad del segundo mandato de Reagan. Un incremento del 1,4% del PIB en seis años es sin duda importante, sobre todo cuando venía a contrarrestar una tendencia histórica a la baja que duró medio siglo, pero sólo de un modo retórico puede ser descrito como un aumento exponencial. Pero es evidente que todo este contexto historico resulta un incordio cuando el objetivo narrativo es personificar en el presidente Reagan la belicosidad neoliberal.

Incluso cuando se atreve a dar datos concretos, como en la página 80, Bernabé no va más allá de la wikipedia. El libro dice que la afiliacion sindical en UK, que superaba los 13 millones en 1979, año en el que Thatcher llegó al poder, 'hoy apenas alcanza los 6 millones', que es exactamente lo que dice la wikipedia, y añade además el dato dramático de que hoy no queda un solo pozo de carbón abierto en Reino Unido, lo que sería cierto atendiendo a la noticia que también recoge la wikipedia. La cuestión es que las estadísticas oficiales del gobierno británico, bien fáciles de encontrar en Google, dicen que en el año 2016 quedaban todavía cinco pozos activos que producían unas 22k de toneladas de carbón, lo que desde luego es bien poco, pero es algo. En realidad, el 99,5% del carbón minado en UK en 2016, unas 4,2M de toneladas, fue sacado de explotaciones a cielo abierto, y la producción nacional todavía representaba ese año el 33% del consumo nacional. En cualquier caso, lo que estos datos puntuales esconden es que la minería de carbón de UK no dejó de perder mano de obra desde la década de 1920, tanto por la sustitución del carbón por otras fuentes de energía como por el incremento de productividad. Así que no, no fue Thatcher quién acabó con el empleo en las minas de carbón de Gales e Inglaterra. Como en tantas otras cosas, la decadencia minera de UK era una tendencia histórica de largo recorrido e ineludible. 

Las estadísticas oficiales de afiliación sindical del gobierno de UK también difieren de las noticias recogidas por la wikipedia, y en el año 2014, el último para el que hay datos oficiales, la afiliación había descendido por primera vez debajo de los 7 millones, un millón más de lo que dice la wikipedia. Quizás a alguien ese millón de afliliados arriba o abajo le parezca poca cosa, pero de mantenerse la tendencia moderada descendente de las últimas décadas (-0,75% anual), la cifra de seis millones de afiliados no será alcanzada hasta después de 2030. 

Sea como sea, la cuestión de fondo en ambos casos es la intrascendencia que para Bernabé parecen tener los datos económicos en su tesis. Pese a reclamar el regreso de una izquierda de clase, articulada siempre en torno a la redistribución de lo material (151) Bernabé no presta ninguna atención a la economía, a la demografía, a la estadística del cambio social, la tasa de matrimonios, fecundidad, esperanza de vida, salud pública, educación, salud y seguridad laboral, tasas de empleo, feminización pública, contaminación ambiental, asistencia a oficios, relación entre patrimonio y renta, reparto del trabajo, evolución de la renta, etc., y sí son constantes a lo largo del libro sus referencias y reflexiones sobre las comunidades y reivindicaciones LGTB, LGBTQ, al veganismo, al gaycapitalismo, al antiespecismo, al antinatalismo, o a problemas como la sororidad, el hiyab, los movimientos anti-robots, el acientificismo, a todos los activismos habidos y por haber y a todo tipo de problemáticas y opciones identitarias que Bernabé dice repetidamente considerar muy respetables desde un punto de vista personal, pero a las que acusa de atomizar y distraer la acción colectiva de la izquierda real, sirviendo, si acaso de modo no deseado, al plan neoliberal.

3. El discurso soñado.
El libro de Bernabé es un ejemplo extremo de aquello que denuncia. Capítulo tras capítulo reivindica una izquierda que abandone los enredos identitarios y recupere la política redistributiva con una perspectiva de clase, y capítulo tras capítulo discute esas mismas cuestiones identitarias sin llegar a definir en ningún momento cuáles son hoy las condiciones materiales objetivas de esa población trabajadora que reivindica, o cuáles las metas históricas, sociales o económicas que deben dirigir a la izquierda. Hace continuos alegatos a la realidad pero desdeña todo empirismo y, frente al dato y la medida, desarrolla toda su retórica deconstruyendo anécdotas y ficciones, como uno de aquellos adivinos de la antigüedad que leían los hados en el vuelo de los pájaros y las entrañas de animales sacrificados.

Por ejemplo, el capítulo V, central en el libro y en la tesis de Bernabé, se inicia (119) con una convocatoria contra D. Trump en Washington de un anónimo neoyorquino, convocatoria que le permite deconstruir la inane naturaleza del activismo moderno. Hecho esto, remonta su discurso a Thatcher y Reagan, que en el imaginario de Bernabé fueron la némesis de la izquierda, auténticos señores de Mordor de esta nueva Edad del Neoliberalismo, y prosigue rápido con sus sucesores Clinton y, sobre todo, Blair y su Nuevo Laborismo, para concluir que: '...a partir de ese difuso momento de las dos últimas décadas del siglo XX todo empezó a cambiar'. (124) ¿Un difuso momento de dos décadas de duración? En fin, el cambio habría consistido en la sustitución de una clase trabajadora con una identidad fuerte (que más que votar laborista era laborista) por una clase media aspiracional de identidad débil y que por tanto sufre una angustia existencial, por lo que está ansiosa por diferenciarse: '¿Cómo se cura la clase media esta ansia de diferenciación? Mediante el mercado de la diversidad'. (125) 

Construido el referente global, Bernabé, nacido en 1980, pasa a describir el desplazamiento de los conceptos identitatrios, políticos e ideológicos en España en las dos últimas décadas del siglo XX deconstruyendo las series de TV Anillos de oro (1983), Turno de oficio (1986-1987) y Médico de familia (1995-1999), y afirmando, por ejemplo, que: 'José María Aznar se parecía mucho más al doctor afable y televisivo que su oponente Felipe González, o al menos mucho más que el comunista Julio Anguita'. (127).

La cuestión que quiero resaltar es que toda esta difusa retórica de la trivialidad es consciente y expresa en el propio libro:

El interés aquí no es analizar la composición del mercado de trabajo, la capacidad real adquisitiva de los trabajadores y la desigualdad, sino hacer patente que los años de la burbuja inmobiliaria dieron el asiento definitivo a la identidad individualista y aspiracional (128).

Puesto que Bernabé renuncia a la medida y a la evidencia empírica, sus causalidades se construyen en la pura casualidad. Como en el vuelo de los pájaros, cualquier hecho puede ser significativo. De modo especial, los sucesos curiosos y fuera de lo común se transforman en señales para el oráculo.

Una de las ventajas de escribir un libro desde la aproximación periodística y no desde la pretensión académica es que nos podemos permitir la conjetura. Una de las ventajas de la conjetura es que, en ocasiones, es útil para señalar algo sin necesidad de demostrarlo, ahorrándonos energías y tiempo en cuestiones secundarias y a menudo indemostrables. (48)

Bernabé enlaza a capricho los acontecimientos para conjeturar lo indemostrable a la vez que reivindica los ideales de la Ilustración y su racionalidad materialista, desmontada, dice, por culpa del posmodernismo. A este asunto dedica todo el capítulo II y buena cantidad de menciones a lo largo del libro. Dejando de lado que su anecdótica filogenia cultural de la modernidad ignora todo el movimiento romántico e incluso el idealismo filosósfico que entronca lo que hoy se conoce como filosofía continental y el propio posmodernismo, Bernabé considera este movimiento como un instrumento cultural del neoliberalismo para destruir la ideología de progreso ilustrado y modernidad que, tras una primera fase de protagonismo burgués, portaba la izquierda. Y es aquí, al enlazar el proyecto neoliberal de dominación con la apropiación cultural de la clase media, donde las conjeturas y causalidades alcanzan un nivel conspiranoico. 

En la página 73 Bernabé apunta que ya en 1947, mientras el gobierno laborista de Attlee comenzaba a nacionalizar sectores industriales estratégicos de la economía británica, Hayek, Friedman, Popper y Von Misses se reunían en Suiza para dar inicio a la contraofesiva neoliberal. La Sociedad Mont Pelerin, el instituto Americano de Empresa, la Freedom House, la Fundación Heritage el Instituto Cato, el Instituto Manhattan o la Rand Corporation entre otras, generosamente financiadas por las grandes empresas, habrían sido las instituciones que mantuvieron vivo el proyecto neoliberal. 

En la página 77 dice que, ya con Reagan y Thatcher en el poder, el cambio socioecómico que acabó con los sueldos altos de los trabajadores (lo que él llama «modelo fordista») fue: 'más bien un objetivo buscado', y que se logró creando empleo para una parte de la sociedad muy determinada, en concreto de los sectores financiero, tecológico y comunicativo. Y enlazando aquí con la industria del cine, nos hace ver que si bien Los Goonies (1985) emprenden su aventura para frenar un desahucio: 'lo que arrastraba parte de la crítica y ferocidad de los setenta', un debutante Tom Cruise vivía días inolvidables con una prostituta en Risky Business (1983) trasladando a la opinión pública una catarata de los nuevos valores neoliberales con la excusa del entretenimiento. En la página 88 habla de 'un refinado sistema de persuasión política'. En la página 113 dice que los guionistas de la serie de TV Modern family, 'posiblemente con técnicos de marketing', utilizaban la diversidad simbólica para darle un aire progresista a su espacio. En la página 141 dice que el posmodernismo era bien el relato cultural del capitalismo tardío, bien un esfuerzo para socavar el capitalismo. Y los ejemplos se suceden hasta que en la página 196, por fin, habla abiertamente del marxismo cultural y el control de las universidades, si bien para defender una versión alteenativa y opuesta en la que las universidaes estarían completamente penetradas por el neoliberalismo, salvo algunos departamentos: 'generalmente en los ámbitos de las ciencias sociales y la filosofía'. Termina así: 

...en el fondo la conspiranoia no es más que la impotencia para explicar desde fundamentos materiales un hecho, teniendo que recurrir a un deus ex machina maléfico que crea los conflictos, en este caso el del mercado de la diversidad.

Bernabé reivindica una izquierda que regrese a lo material y a lo redistributivo pero solo nos habla de márketing, de voluntades, de deseos, de aspiraciones, de conspiraciones, de simbolismos y de guerras culturales. Filosóficamente, Bernabé es un idealista, en él la materialidad es sólo un instrumento para el espíritu. Y en el fondo de todo el libro lo que late es el problema de la identidad. El revivalismo de Bernabé, su melancolía de los viejos valores, es solo un pretexto para apuntar la necesidad de dotar un nuevo ser a la izquierda, desgarrada por el neoliberalismo y la posmodernidad. El capítulo VII, que titula 'Atenea Destronada' en referencia a la vieja racionalidad ilustrada, lo dedica a los conflictos generados por la aculturación, y dice que: 'no es de extrañar que existan cada vez más grupos que busquen en lo tradicional un asidero de para su identidad débil'. (206) Y ya al final del libro, en el último capítulo que desvela por fin la naturaleza de esa izquierda soñada que dene ser restaurada, dice: 'La idea de que la política esté para darnos cosas, como si fuera una máquina expendedora de refrescos en la que apretamos un botón, es abyecta. (247) Por supuesto, esta identidad política que no se puede definir desde lo material y a la que tampoco podemos pedirles 'cosas' solo puede referirse a un nuevo ser espiritual, porque: 'un indididuo no es un programa informático susceptible de fragmentarse y desfragmentarse, sino una entidad compleja, de una libertad restringida que parte de un entorno social que le marca insoslayablemente'. (240) 

En fin, no es extraño que la última serie televisiva que Bernabé elije para articular en torno a ella el capítulo final vaya de religión, y en concreto sobre la Iglesia Católica, en cuya Doctrina Social caben perfectamente las aspiraciones de Bernabé. Bernabé quiere recuperar al izquierdista renacido por medio de la comunidad, una comunidad que en la página 214 identifica con los cinco millones de votantes a la izquierda en las últimas elecciones, evidentemente, a Podemos. Nos dice que todavía hay esperanza y que su libro es la prueba de que la hegemonía neoliberal puede ser disputada, aunque no pretende entrar en competición con el neoliberalismo, sino de seguir el ejemplo de El papa joven y construir la comunidad de izquierdas ajena al neoliberalismo. 

Bernabé, como un San Agustín, propugna una nueva Ciudad de la Izquierda, ciudad de los santos y mártires izquierdistas. Bernabé predica un renovado catolicismo (universalismo) de izquierdas, ajeno a los medios y a los datos tras el gran arrepentimiento del posmodernismo. Esto es lo que dice el párrafo final del libro:

Las respuestas las tienen en una gloriosa tradición de políticos, teóricos, militantes, revolucionarios, filósofos, pensadores, escritores, músicos, pintores y poetas, mujeres y hombres, que nos dejaron un legado que recuperar, el de la modernidad, el del siglo XX, para ponerlo de nuevo en marcha conociendo los errores que nos han traído hasta aquí.

4. Número, discurso y complejidad.
A un mes de su puesta en el mercado, solo he encontrado una reseña de La trampa de la diversidad en el digital de Mundo Obrero, otra muy breve en el Diario de León, una aparición entre los más vendidos de El Diario de Navarra y una crónica de la presentación del libro el 17 de mayo en Madrid, en el suplemento de Apuntes de Clase de LaMarea, que es el digital donde habitualmente escribe Daniel Bernabé. La trampa de la diversidad no aparece en las listas de más vendidos de los grandes diarios ni distribuidoras, no es un súperventas ni recibe el apoyo de un gran grupo de comunicación, es un producto para un público objetivo muy determinado, y tiene complicado romper las barreras de su nicho de mercado para convertirse en mainstrem. Así pues, el libro como producto se inserta en la misma lógica de división y especialización que Bernabé denuncia. 

Por otro lado, tampoco es impensable que el libro llegue a ser un éxito editorial, teniendo en cuenta además que la creciente segmentación del mercado ha relativizado mucho lo que eso significa. A su favor tiene que Akal es una gran editorial independiente madrileña, y como periodista en La Marea, invitado ocasional a Fort Apache y 24k seguidores en twitter, Daniel Bernabé tiene una audiencia respetable dentro de su potencial base lectora, interesados por la nueva política y el mundo activista, en el entorno de Podemos. Además, el libro evita todo tecnicismo y cuenta con el gancho de sus referentes mediáticos, películas y series de televisión, para conectar con el gran público y de este modo hace accesibles una buena cantidad de controversias de actualidad en esa compleja polémica guerra cultural global (En defensa de la intoleracia, de Slavoj Zizek; Ciudadanismo, de Manuel Delgado; Mistaken identity Race and class in the end of Trump, de Asad Haider, además del ya mencionado Contra la Postmodernidad, de Ernesto Castro, por poner cuatro ejemplos cualesquiera). Por último, y a pesar de su pesismismo sobre el presente, el libro emite un indeterminado mensaje de esperanza. 

En fin, puede que este libro entretenido e interesante, tanto por lo que pretende como por lo que representa, tenga una buena acogida en el mercado y hasta logre un cierto reconocimiento para el autor dentro de su izquierda. Pero más allá del éxito editorial, el libro es importante en la medida que expresa o quiere expresar y representar a esa izquierda a la que se dirige, y que el autor reconoce en esos cinco millones de votantes de Podemos en 2016. En este sentido, este libro no debe tratarse como un ensayo de ciencia social, sino como un libro político-religioso, y más que una crítica analítica requiere de una hermenéutica simbólica.

Para terminar, no me resisto a poner un sencillo ejemplo del problema fundamental planteado por Adorno y Horkheimer, de cómo organizar una sociedad con un sistema de ideas cerrado de menor complejidad sin caer en el totalitarismo. Bernabé enuncia de pasada este problema original de la posmodernidad en la página 44, si bien no pretende contestarlo y, simplemente, lo evita. Yo tampoco pretendo darle solución, al menos una solución global, sino solo plantearlo del modo más sencillo y, a diferencia de Bernabé, en términos materiales, históricos, con datos, aunque en línea con los intereses del autor. 

Ir al cine en la España de 1979, ese año en que Thatcher llegó al poder con un record de 13,2 millones de británicos sindicados, costaba unas 112 pesetas (Díez Puertas, 2003), y puesto que la renta per cápita era de 314.382 pesetas (Pastor, 2005), un español medio podría ver 2.807 películas al año. En 2016 la renta per cápita de los españoles era de 23.970 € (INE), y, a un precio medio de 6,01€, (ComScore, 2016) ese español medio podría ver en el cine 3.988 películas, casi mil doscientas películas más, lo que sin duda es una ganancia considerable. Lo interesante es que en 1979 en los EEUU se estrenaron 115 películas, por lo que en el caso de distribuirse también en España ese español medio podría verlas todas consumiendo un 4 % de su renta. En cambio, en 2016 se estrenaron 736 películas en los EEUU, de modo que ver todas las películas le supondría un 18,6% de su renta anual a ese mismo español medio, además de buena parte de su tiempo. 

¿Somos más ricos o más pobres? ¿Vivimos mejor o peor que nuestros padres? Según se mire, pero sin duda entre uno y otro año hubo un cambio sustantivo. Somos individualmente más ricos y socialmente más pobres. Hoy tenemos más renta, podemos ver más películas, pero la producción de películas ha aumentado tanto que resulta casi imposible enterarse de las películas que se producen, mucho menos verlas todas. Hoy, al igual que hace 40 años, ir al cine es un lujo para los más pobres, pero para toda la sociedad es mucho más difícil encontrar en el cine unas referencias comunes. 

En 1979, la mayoría de las personas de una comunidad, sobre todo en una sociedad tan pequeña y miserabilizada como la española, veía las mismas películas en el cine o en uno de los dos canales de televisión, leía los mismos libros y seguía una vida mucho más igualitaria u homogénea en muchos sentidos. Este es el marco material de la supuesta guerra cultural que evita Bernabé. No hay una mano negra dividiendo la izquierda, no hay una camarilla neoliberal dirigiendo el mundo, el cambio al que asistimos y que nos condiciona a todos es mucho más grande y potente de lo que ninguna élite puede dirigir. Es una ola que nos arrastra a todos y que, como mucho, tratamos de surfear con más o menos fortuna. Creo que esta ambición de surfear la ola y en general, de deslizarse impulsado por la inercia del momento, también el miedo a caer y verse arrollado (incluso de ser la puta ola, como hace poco escuché a un músico de Trap, al parecer famoso) expresa mucho mejor la combinación de euforia y espanto del presente que el running (107), una de las referencias simbólicas que usa Bernabé para construir su relato. 

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NOTA FINAL

A la vista de lo que hoy sucede con el discurso globalizador en los países que Bernabé señala como vanguardia neoliberal, en Gran Bretaña con el Brexit y en los EE.UU. con el aislacionismo de Trump, parece cuestionable calificar las protestas antiglobalizadoras como inocuas. No me resisto a transcribir esta parte del discurso de Theresa May el 5 de octubre de 2016 en la convención de conservadora de Birmingham. Puede que se entienda mejor cómo los discursos antiglobalización han calado en la opinión pública permitiendo a la derecha ocupar el espacio que la izquierda creía suyo. (Tomado del libro O canastro sen tornarratos. David Rodríguez, 2018)

El referéndum no era solo un voto para salir de la UE. Se trataba de algo más amplio, algo que la UE había llegado a representar. Se trataba de un sentimiento profundo y, admitámoslo, justificado, que tiene mucha gente hoy de que el mundo funciona solo para unos pocos privilegiados y no para ellos.

Fue un voto no sólo para cambiar la relación entre Gran Bretaña y la UE, sino para pedir un cambio para siempre en el modo cómo funciona nuestro país y para qué personas funciona. Llamad a la puerta de casi que cualquier parte del país y descubriréis las raíces de la revolución que quedaron a la vista.

Nuestra sociedad debe funcionar para todos, pero si no puedes permitirte el ascenso en la escala de la propiedad , o tu hijo está estancado en una mala escuela, no sientes que funciona para ti.

Nuestra economía debe funcionar para todos, pero si tu salario se estancó durante varios años y una serie de gastos fijos no dejaron de subir, no sientes que esté funcionando para ti.

Nuestra democracia debe funcionar para todos, pero si llevas diciendo que las cosas tienen que cambiar y tus quejas caen en vacío, no sientes que esté funcionando para ti.

Y las raíces de la reolución son profundas. Por que no fue el rico quien hizo los mayores sacrificios tras el crac financiero, sino la gente común, las familias de la clase trabajadora.



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