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miércoles, 15 de abril de 2015

61. Nuevas perspectivas del centralismo madrileño

Vuelvo por mis fueros para dar nuevos expresiones del centralismo de Madrid. 

Primero, este gráfico, en el que enfrento el crecimiento de población y PIB relativos en los últimos dos siglos por CCAA. Los datos son de Estadísticas Históricas de España y censos INE y Floridablanca.


Se destaca Madrid. Es la constatación de una España castiza, de que la proximidad al poder es la mejor garantía para prosperar en España. Arrimarse al poder, salir en la foto, como bien supo pronto el Pequeño Nicolás, es la mejor garantía de enriquecimiento rápido en España. Lo que muestra este gráfico es el beneficio de tener a mano los recursos del Estado para beneficio propio. Lo que muestra este gráfico es lo mucho que una casta ha robado al resto del país y donde se encuentra el lastre histórico del desarrollo económico y social de España los dos últimos siglos.  

Olvidaos de todo y seguir la pista del dinero, les dice garganta profunda a los periodistas del Washington. Post. Eso es lo que hago en el gráfico de abajo. Muestro la evolución del PIB relativo de las regiones de España agrupadas así: 

La historia económica de España en los dos últimos siglos es la transformación de una nación agrícola en otra de servicios sin alcanzar nunca un pleno desarrollo industrial. En otra entrada repasaré los detalles regionales, hoy me centro en Madrid, la gran excepción. 


Madrid, que apenas suponía el 2,7 del PIB de España en 1800, debería haber seguido el curso descendente que siguió el resto de la España interior y haber rebajado su peso en el conjunto de la economía nacional, pero toda la política de los dos últimos siglos se empeñó contra viento y marea en sostener una isla de activivdad económica en el centro de la Península por el hecho arbitario de que allí estaba la capital de la nación. Semejante empeño convirtió a Madrid en el centro dede una economía burocrática, extractiva, metropolitana, castiza, de casta y castuza. 

Y segundo, ya vistos los gráficos, voy con este curioso experimento:


Me entero de este asunto a través de esta muy recomendable web, en la que podréis encontrar ejemplos de su aplicación a otras redes. En resumen: se trata de evaluar la eficiencia de una red de infraestructuras comparándola con el eficiente crecimiento de un moho.

El resultado, pues lo mismo: Madrid es una isla. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

7.- En España, París está en la costa

Cuando trato de explicar lo perjudicial que ha sido Madrid y su impuesto centralismo para España mucha gente me recuerda que París es una capital tanto o más centralista que Madrid y a Francia no le ha ido del todo mal. 

De hecho, desde que Felipe V se instalara en Madrid, ha habido una permanente voluntad -eso sí, pagada por todos los españoles- por recrear Madrid al modo de París, e incluso muchos han creído que haciendo esto España se transformaría, por arte de birlibirloque, en una nueva Francia. El resultado de este tipo de modernización por la vía de las apariencias resulta tan ilusorio como ruinoso. 

Pero a lo que iba. El caso es que ni España es Francia, ni Madrid será nunca París. Las condiciones geográficas, sociales o económicas han sido incomparables y el centralismo de Paris en Francia no se entiende  bien en España y se copia mal. París sirvió a Francia como capital porque el país convergía en la capital de forma natural. A finales del XVIII, cuando irrumpió la modernidad, la ciudad, industriosa y comercial, burguesa, tenía una cultura favorable a las innovaciones y supo liderar el cambio político y social que preparó a Francia para la revolución industrial y la democracia parlamentario. Y una cosa que en España nunca se advierte: París, como Londres, es un puerto. Todavía hoy. 



La situación de Madrid era completamente distinta. Desde el siglo XVI, el interior peninsular vivió una decadencia respecto de las zonas costeras que solo salvó a la capital gracias a las rentas de la Corte. Pero comenzado el siglo XIX Madrid era una sede cortesana y nada más. Un capital cuya cultura era servir al rey y a su corte. En Madrid había señores y siervos, y poco más. Desde luego no era un gran bagaje para liderar un país moderno.

A mediados del siglo XIX, con dos décadas de retraso respecto de Francia, en España comenzaron a desarrollarse los primeros proyectos de ferrocarril. Eran proyectos que servían a intereses locales, en zonas donde la densidad de población y el desarrollo económico justificaba las inversiones y estaban adaptados a las limitadas capacidades técnicas y de capital. Estos primeros proyectos eran pequeños, pero razonables, en una palabra, viables, y podían servir como germen de una red que acabase por integrar el país a base de añadir nuevos tramos a partir de estos nodos:

Barcelona - Mataró: Para servir a la incipiente industria textil y el comercio.

Jerez - Puerto de Santa María: Para exportar los vinos de Jerez a Inglaterra.

Gijón - Langreo: Para dar salida al mar a los carbones asturianos.



Es evidente. Todos estos proyectos se iniciaban cerca de puertos, respondían a un interés industrial o comercial y planteaban rutas de menos de 50 km. Era un buen comienzo. Lento, quizá, pero bueno. Sin embargo, ya en sus inicios, Madrid hizo valer su capitalidad y rompió esta dinámica virtuosa planteando una ruta de 350 km, inasumible sin el recurso a los caudales del Estado, recurso que se tomó con creces, pues en este negocio estaban involucrados exministros y la parentela real. Fue un pelotazo y un escándalo mayúsculo. ¿Os suena?

En su principio y su final, la vía Madrid Valencia tenía un cierto sentido económico, comunicar la poblada huerta valenciana y dar salida al mar a sus productos y comunicar Madrid con Aranjuez, donde veraneaba la Corte, y también transportar los productos de la huerta de Aranjuez a Madrid. Pero el cierre de línea atravesaba un páramo económico. Sin embargo, la política dictada por los gobiernos de la capital España fue multiplicar estas enormes líneas con la excusa de estructurar el país. Así se hizo. 



Los gobiernos militares de España hicieron de Madrid un nodo ferroviario como era París en Francia con la excusa de los altos intereses nacionales, pero al hacerlo así solo servían a los intereses de una capital aislada a 400 km de la costa, endeudando el país hasta la ruina y comprometiendo el desarrollo industrial para el resto del siglo. 

Además, las radiales impidieron que el país quedara de verdad estructurado, aislando unas zonas de otras al primar las conexiones con Madrid. por ejemplo, Andalucía quedó aislada del Levante, igual que toda la costa norte peninsular. 


Y lo peor es que siglo y medio después seguimos igual, aplicando el mismo patrón. En los últimos 25 años el gobierno español ha construido la segunda mayor red de alta velocidad ferroviaria del mundo, y sin duda la más ruinosa e inútil, pues solo sirve para ir y venir de Madrid.  



Mientras, la autovía del Cantábrico, planteada también hace 25 años, una infraestructura básica para España pero que no interesa a Madrid, sigue todavía en construcción, y el doble corredor Mediterráneo y Atlántico, que es la opción elegida por la UE y que cuenta con su apoyo financiero para vertebrar la red transeuropea de transportes, duerme el sueño de los justos porque no sigue el patrón central de Madrid.  




lunes, 11 de noviembre de 2013

6.- La excepción vasca

Como decíamos ayer... en este caso hace tres meses. 

Pero aquí estoy otra vez, con más madera, hispánica. Hoy le toca a los vascos. 

El nacionalismo vasco surgió en el siglo XIX. Nada de especial. En el siglo XIX se formularon todas las identidades nacionales de Hispania, incluido el españolismo madrileño que hoy gobierna escondido tras la bandera del no-nacionalismo o, en todo caso, de una especie de nacionalismo natural u orgánico. Pero hoy iba con lo vasco, con su particular hecho diferencial.

El caso es que como todos los nacionalismos, el vasco descansa tanto sobre invenciones poéticas como sobre realidades sociales, pues al fin y al cabo son las personas las que atienden a aquellas. ¿Y sobre que diferencial realidad social se asentó o vasco? A eso quiero responder, y lo hago con los datos, apabullantes, del Censo de Floridablanca, de 1787, una época de placidez histórica en la península, casi un marasmo. Aunque ya poco quedaba, pues el terremoto de la Revolución Francesa habría de sacudir a la ensimismada España hasta sus cimientos. Pero veamos qué radiografía hizo Floridablanca de aquella sociedad tan tradicional y homogénea en apariencia. 

Para terminar la introducción, una aclaración: los datos del Censo vienen por provincias, que no coinciden con las actuales, de modo que agrupo por CCAA. 

1. Población noble.

En las provincias vascas casi el 40 % de la población era noble. Una cifra asombrosa, sobre todo si se compara con el 0,1 % de la población noble en Valencia o el 0,2 % en Cataluña. Estos nobles vascos, eran, claro, simples agricultores en su inmensa mayoría, pero eran dueños de sus tierras y herederos de unas tradiciones de hombres libres y un orgullo de cristianos viejos, es decir, eran hidalgos. Nada menos que el 42 % de la nobleza española vivía en Vascongadas y Navarra. El otro 37 % de la hidalguía española se repartía por lo que hoy es Castilla y León con Santander. Así que a principios del siglol XIX, el grueso de la hoy mítica hidalguía española se concentraba en las provincias vascas y sus alrededores.

En el mapa podéis ver el porcentaje de población noble por CC.AA. Menor del 0,5 % en las regiones de tradición catalana; del 0,5 al 1 % en la mitad sur de España y del 1 al 5 % en la mitad norte salvo en el actual País Vasco, donde la población noble era del 37,5 %. 


Vuelvo a avisar que aunque se ven los límites provinciales, los datos están ordenados por CC.AA. Y aclaro también que una meiga informática me sabotgea León, que debía aparecer marrón clarito, como las provincias de alrededor. 

En la aproximación histórica habitual, el nacionalismo vasco hunde sus raíces en el Dios, Patria, Rey y Fueros del carlismo, que fue defendido por  buena parte de la España Ibérica, del Macizo Ibérico, me refiero. El carlismo fue un movimiento reactivo y tradicionalista, pero en Vascongadas y otras zonas de Castilla y León o incluso en Valencia, en el poco poblado Maestrazgo, la hidalguía era también lo más parecido a una protoburguesía, una población que contra el tópico del hidalgo rentista vivía de su trabajo, de su esfuerzo, de sus propiedades y de sus pequeños negocios. Una población con una mínima educación, un orgullo de clase media y una cierta independencia económica. En el resto de España la sociedad desapareció, diluida por los cambios políticos, sociales y económicos, pero en el País Vasco no, y en especial en Vizcaya y Guipúzcoa, pues en estas provincias los hidalgos eran la mitad de la población.

2. Agricultores y jornaleros. 

En la tabla siguiente aparece la relación entre agricultores y jornaleros del censo de Floridablanca para las actuales CC.AA. En rojo, aquellas comunidades en las que había más jornaleros (contratados) que agricultores trabajando sus propias tierras, con el número de jornaleros por agricultor; y en rosa las comunidades donde ocurría lo contrario, con el número de agricultores libres por cada jornalero. 

De nuevo salta la excepción de Vascongadas, donde apenas había jornaleros. Y en el extremo opuesto se encontraba Andalucía. Hoy asociamos jornaleros a pobreza, pero no hay que llevarse a engaño. En la época del censo de Floridablanca, Andalucía era posiblemente la región más rica de España. Y no solo era el producto del campo. Andalucía tenía una fuerte y original cultura propia, tan fuerte que acabó por  asimilarse a lo que hoy se considera constitutivo de la cultura española, como el toreo clásico, que entonces era un estilo de lidia andaluz. Y esta hegemonía cultural la logró Andalucía contra una tradición castellana del norte, hidalga y en buena medida vasco-navarra. 

Andalucía tenía también algunas de las mayores comunidades urbanas de España, y Cádiz era la más próspera ciudad comercial del país, gracias al tradicional monopolio de su comercio americano. Málaga también era un puerto activo y en toda la región bullía una importante y activa burguesía comercial, una burguesía que a principios del XIX se convertiría en el principal apoyo del proyecto liberal. 

En mi opinión, en el siglo XIX se libró una difusa guerra entre el norte y el sur de España para definir lo que habría de ser la nación española moderna. Las guerras carlistas fueron parte de esa guerra civil, y como es sabido, los carlistas perdieron. Y perdió la sociedad hidalga que apoyaba al carlismo y, en general, el norte de España contra el sur. Pero la guerra no solo fue militar, fue también política, cultural y económica. Y sucedió que el sur impuso los valores políticos liberales y en buena medida su cultura, aunque su  sociedad, formada por unas cortas élites ligadas al poder político y una masa de jornaleros dependientes, perdió la guerra económica frente a la mezcla de independencia e igualitarismo social que derivaba de la fuerte tradición hidalga de los vascos o la otra tradición mercantil de Cataluña. 

De la experiencia de esa guerra surgió el nacionalismo vasco, que dio nueva expresión a aquella sociedad hidalga española despojada y perdedora mediante el rechazo primero al liberalismo, luego al Rey, o más bien a la Reina Isabel II, y más tarde a España, de modo que quedaron la Patria y los Fueros hechos una misma cosa. Aquella orgullosa hidalguía vizcaína española se refugió en lo local para conservar sus esencias, en sus valores tradicionales y se convirtió en separatista, en antiespañola, ya que España misma se había separado de su tradición. 

Son cosas que pasan. 


martes, 2 de julio de 2013

3.- La decimonónica España provinciana.

En 1833, el dramaturgo, poeta y ministro de Fomento Javier de Burgos firmaba el Real Decreto por el que se dividía la administración española en provincias. Los supuestos para la división, que pretendía racionalizar la administración y acercarla al ciudadano fueron los siguientes: 

  • Las provincias debían tener poblaciones semejantes. 
  • Las capitales de provincia debían encontrase a no más de un día de camino de cualquier punto de la provincia.

En 1857, el primer censo de España tras la división provincial, Barcelona que era la provincia más poblada, tenía siete veces más población que Álava, la más pequeña y menos poblada. Hacia 1975 la provincia de Madrid se convirtió por primera vez en la más poblada de España y multiplicaba por cuarenta la población de Soria. En 2008, Madrid tenía ya sesenta y seis veces más población que Soria. 

Multiplicación de la densidad de población provincial entre 1857 y 2008. (Provincias en blanco: 0 a 2; gris claro 2 a 4; gris medio: 4 a 6; gris oscuro: 6 a 8; Gran Canaria: 11,4; Madrid: 13,2)

A pesar de la total disfuncionalidad de la división provincial, planeada en una España que viajaba a lomos de burros y carretas, anterior incluso al ferrocarril, la división provincial se mantiene fosilizada en la estructura del estado español hasta hoy día pues desde bien pronto se demostró una eficaz herramienta del centralismo madrileño. Durante la Restauración los gobiernos amañaban desde Madrid los resultados electorales conforme a sus intereses a través de los gobernadores civiles, diputaciones y caciques provinciales. En 1977, la Ley electoral que propició los desmanes que hoy padecemos instituyó la circunscripción provincial para que la UCD ganara las elecciones. 

Hoy las provincias son un costosísimo relicto administrativo que no sirve más que para extender el clientelismo de los partidos, la corrupción e imponer desde Madrid un país que no existe desde hace mucho tiempo, si alguna vez llegó a existir de verdad. El último episodio de esta visión provinciano-madrileña de España en total desprecio de la realidad y de los españoles es el intento por parte del ministro Gallardón de suprimir el partido judicial de Vigo integrándolo en el de Pontevedra para racionalizar la administración. Este ministro Gallardón es otro buen ejemplo de un centralismo político que desde hace tres siglos y medio alterna su estupidez con el crimen para gobernar España en su exclusivo beneficio.