viernes, 12 de julio de 2019

166. Malas prácticas en la Universidad, malas prácticas en el Estado.

El pasado noviembre fue el II Congreso de Malas Prácticas en la Universidad y hace tiempo que quería escribir una breve entradilla sobre lo que allí fui a contar y, también, lo que allí me encontré (1).

Me voy a ahorrar la parte ya publicada de lo que conté (que viene a ser la intro de España sin Cataluña (2) o cómo la Universidad española pasó completamente de investigar los costes y riesgos de la secesión de Cataluña, -por no meterse en líos, porque no convenía o por adhesión incondicional a la causa, claro-, y voy a la conclusión evidente que no incluí en España sin Cataluña para no replicar de ninguna manera a los entrevistados y tan solo dejarles hablar (quizá de forma no tan elocuente pero del mismo modo que esos vídeos no publicados, precisamente por ser demasiado elocuentes)

En realidad, mi conclusión del experimento de 'España sin Cataluña' es más bien un axioma, una verdad previa y trivial en todos los sentidos, es decir, que es indiscutible y obvia, y por eso al mismo tiempo casi nunca es discutida y casi siempre obviada, como si no tuviera importancia, como el suelo que nos sostiene, pero que es crucial por eso mismo. En definitiva, el asunto es que: la Universidad es Estado, y dentro de él tiene una función muy concreta, que es la de formar y avalar a los cuadros/funcionarios del Estado. Esta es una realidad fundamental, y si no la tenemos en cuenta, si la eliminamos de los análisis, no entenderemos el sentido de las 'prácticas' universitarias, ni las 'malas' ni las 'buenas', y de hecho estaremos juzgando la universidad con criterios que le son impropios, confundiéndolo todo, perdiéndonos en contradiciones tan aparentes como insalvables.

Por ejemplo, una queja muy habitual es que la Universidad trabaja quiada por intereses ajenos a los de la sociedad, que vive en su propio mundo, pero esa misma sociedad dice valorar de forma muy positiva la autonomía universitaria (3), la investigación en ciencia básica y la ultra-especialización. Tampoco es raro escuchar a académicos quejarse en foros públicos sobre el pobre impacto en la sociedad de sus investigaciones o su escasa influencia en las políticas públicas al tiempo que niegan o reniegan de la politización de la universidad. Tambien se dice que los universitarios españoles están sobrecualificados para los trabajos que desempeñan y que las empresas no encuentran especialistas, o que la sociedad española sufre de titulitis y que nunca un título sirvió para menos.

Bien, no sigo. Los muy diversos juicios que a partir de esos discursos genéricos se hacen sobre las prácticas universitarias, sobre su bondad o maldad, sobre su eficiencia, sobre su utilidad, sobre su conveniencia o sobre su interés, olvidan el fin último (ya dicho) que tiene la universidad: proporcionar los cuadros técnicos y élites al Estado español y con ellos las ideas y discursos que lo nutren. Para esto fue organizada la universidad en el siglo XIX y con este objetivo sigue funcionando, con enorme éxito además. Que otros propósitos queden subordinados -como crear profesionales para las empresas, educar a la sociedad, producir premios Nobel, liderar ránkings de investigación, etc- debe valorarse en la medida que el objetivo principal es alcanzado con éxito. Todo no se puede.

La Universidad, y tras ella (y en buena medida en un totum revolutum con ella), la judicatura y algunas exclusivas escuelas especiales del Estado, es la gran puerta giratoria del Estado, en realidad, una puerta giratoria interna. Miles de profesores y catedráticos salen de la universidad hacia puestos de responsabilidad institucional en cada cambio de gobierno y regresan a ella una vez finaliza su carrera política. En ocasiones estas idas y venidas son celebradas y otras veces criticadas (4), pero todos los casos son valorados como 'casos particualres', incluso 'excepcionales', como si no tuvieran relación entre sí o como si la relación de la Universidad con gobiernos y partidos políticos no fuera parte del entramado institucional español y la actividad político-gubernamental fuera extraña o excepcional en la comunidad universitaria. La verdad oculta es que, como para todo funcionario, la política es una vía siempre abierta en toda carrera universitaria, y para muchos más prometedora y apetecible que la docencia o la investigación.

La conclusión es que ninguna de las malas prácticas que ese Congreso o cualquier otro congreso de malas prácticas en la Universidad pueda denunciar es exclusiva o privativa de la Universidad, sino que de un modo u otro están generalizadas en el Estado o devienen de la función que la Universidad cumple en el Estado español (5).


(continuará..)
.......

(1) Las ponencias y charlas con las rondas de preguntas y discusiones posteriores fueron grabadas en vídeo, pero ocho meses después nada de aquello se ha colgado en la red y descarto ya que lo cuelquen. Para mi sorpresa, el tono general fue bastante abierto y franco, a veces de gran dureza en los juicios, aunque siempre de un modo muy enfocado sobre problemas y asuntos muy particulares, incluso con nombres y apellidos. Posiblemente esta franqueza pesó en la decisión de no colgar las charlas, y en realidad todo lo sucedido es muy ilustrativo de lo que es la cultura univeristaria, en la que abunda la queja, todo se sabe, todo es muy escandaloso, hay muchísima autocrítica, pero al final se impone una práctica general de no oficializar estas quejas en denuncias o acciones concretas. De este modo, las malas prácticas, trampas, trampillas y corrupciones, de todos sabidas y con las que todos conviven, se mantienen sin que -casi nunca- lleguen a sancionare, más allá de unos leves apercibimientos y -si acaso- un cierto desprestigio temporal del/la corrupto/a dentro la comunidad universitaria, todo sin mayor repercusión.
En fin, que como ya me olí en el Congreso, en vez de colgar los vídeos (un material buenísmo, creo, para hacer un retrato bastante fiel del mundillo) los investigadores reescribirán las charlas conforme a las convenciones de su particular especialidad -bien adecentadas y limadas de toda opinión interesante- para publicarlas en no_sé_qué revista como artículos muy científicos que ya nadie leerá fuera de sus propios grupos de interés, pero que esos mismos colegas citarán en sus propias publicaciones y que les convertirán a todos ellos en expertos recíprocos y que además les suman méritos para los sexenios. La cosa estaba cantada. 
(2) La intro se puede bajar gratis. En resumen, la investigación muestra que, en un tema vital como fue la solicitud de independencia de Cataluña, la universidad asumió por completo, con absoluta lealtad y en interés de Estado, la política gubernamental de negar toda posibilidad de realidad al independentismo.
(3) En una de las ponencias del congreso, de un catedrático emérito aseguraba desconocer qué cosa era o podía ser 'la autonomía universitaria' pero aseguraba que, en lo que concernía a la gestión interna, las universidades hacían lo que les daba la gana.
(4) La vuelta de Pérez Rubalcaba a su puesto de profesor de química orgánica en la UCM  tras treinta años de excedencia fue un ejemplo de sencillez, mientras que el paso de Pablo Iglesias y sus compañeros de la Facultad de Cicencias Políticas y Filosofía de la misma universidad a la política activa fue criticado como un ejemplo de engdogamia ideológica o proselitismo académico (entre otras muchas cosas), aunque desde mi punto de vista Podemos debería ser reconocido como la más exitosa e influyente spin-off de la universidad española de los últimos cuarenta años.
(5) Con diferencia, las malas prácticas que más preocuparon a los profesores e investigadores reunidos en el Congreso y que de hecho casi monopolizaron las charlas, debates y discusiones, fueron los relacionados con la cuestión de LA PLAZA. Como el resto de los españoles, los académicos viven obsesionados por asegurar un puesto de trabajo estable, a ser posible vitalicio, y la posibilidad  de optar, asegurar y consolidar una plaza en propiedad o de asegurarla a un familiar, amigo, compañero o discípulo, es el verdadero tótem alrededor del que gira la vida universitaria. Está claro que ninguno de estos problemas es ajeno a la cultura funcionarial y el (atávico) método de selección por oposiciones o concurso de méritos (cuya función última, por supuesto, tampoco es seleccionar a los mejores, sino asegurar la adhesión vitalicia de la masa funcionaria). 

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