Como me ha salido
una entrada larguísima, he decidido poner un resumen, así os ahorro
el trabajillo si no os interesa.
Resumen: Os
presento una crítica del libro recién publicado 'La
trampa de la Diversidad' del narrador
y periodista Daniel Bernabé sobre la banalidad de la nueva
izquierda y la necesidad de recuperar los valores tradicionales que
convirtieron sus políticas en hegemónicas tras la Segunda Guerra
Mundial. La originalidad del ensayo no viene dada por las tesis que
maneja sino por su marcado carácter narrativo, y es aquí donde
tiene también su mayor interés, al permitirnos descubrir los
valores y aspiraciones de esa izquierda criticada y soñada en la que
se reconoce el propio narrador y que pretende representar.
1.
La Diversidad y la izquierda.
La
trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó
laidentidad de la clase trabajadora es un
libro de una claridad expositiva que se agradece. Su propósito
se resume ya en su
mismo título, y la tesis central se repite a lo largo de todo el
libro, pero especialmente en el Capítulo V, titulado,
precisamente, La
trampa de la diversidad.
[Los
subrayados son míos y los números de página van (entre
paréntesis)]
Como
consecuencia de la sobreexplotación e la diversidad, al quedar la
agenda pública cada vez más ocupada por ese tipo de conflictos,
tratados desde el prisma neoliberal, se da la sensación de
que discutimos más sobre lo anecdótico que
sobre lo efectivo.
(133-134)
Las
manifestaciones antiglobalización eran sin duda coloristas, pero en
extremo poco operativas. Si bien había un criterio unificador, un
rechazo difuso al globalismo capitalista, lo
importante era
mostrar una amplia diversidad de grupos, reivindicaciones y
consignas. ... [***sobre esto, hay una nota al final]
Lo
importante no
era el objetivo de la protesta, inclasificable, siempre postergado,
sino la portesta en sí misma, el happening, el que tal o cual
colectivo quedara representado en el suceso, la heterogeneidad. (139)
En
la práctica cotidiana, mientras que las injusticias materiales
tienen menos peso en el debate público, los debates y conflictos en
torno a la diversidad devienen una retórica inacabale sobre hechos
intrascendentes que no alteran mínimamente
ninguna estructura...
La
clave está en entender el cambio de relación con la política, de
algo ideológico a algo aspiracional, que el neoliberalismo introdujo
a través de la clase media. Este cambio afectó a las luchas
redistributivas con la cuña del individualismo. (153)
La
tesis argumental, que tampoco puede considerarse original (por
ejemplo, basta leer el resumen de Contra
la postmodernidad,
de Ernesto Castro), sí está suficientemente explicada a lo largo de
todo el libro y creo que estas pocas líneas bastan para resumir los
fundamentos del cambio paradigmático propuesto, que en el último
cuarto del siglo XX habría llevado las reinvindicaciones sociales de
la izquierda occidental desde lo material a lo simbólico. Este
cambio provocado por «el
neoliberalismo» habría
conseguido relegar las viejas reivindicaciones redistributivas de la
clase trabajadora.
En
la actualidad, con la popularización del pensamiento posmoderno, las
protestas se habrían convertido en un fin en sí mismas,
transformadas en festivales performativos que sólo persiguen la
representación identitaria de aquellos que protestan, mejor cuanto
más individualizada sea esta representación.
Esta
es la cuestión.
2.
La Trampa del discurso.
Lo que enseguida choca del libro es que el autor hace aquello mismo que
denuncia. Bernabé renuncia explícitamente a descubrirnos las
instituciones que operaron esta singularísima transformación, a
identificar los agentes sociales movilizados por el neoliberalismo
para instrumentalizar a la clase trabajadora, o a concretar los
cambios socioeconómicos operados.
Este
no es un ensayo académico sino, a lo sumo un libro que desde la
narrativa y lo periodístico pretende acercar y desentrañar la
naturaleza de estos debates que pese a estar claros en la teoría no
lo están tanto en la práctica. Pero éste es también un libro que
toma partido, que expone unas opiniones y que cree que en el debate
sobre la redistribución y el reconocimiento no se tiene en cuenta
que el reconocimiento de la diversidad opera cada vez más como un
producto aspiracional bajo las condiciones neoliberales.
(152).
Bien,
nada que objetar, pero el problema del libro no es que renuncie al
academicismo o incluso a la originalidad, sino que renuncia a toda
argumentación factual, basada en evidencias empíricas, globales o
singulares. Bernabé evita en lo posible toda referencia a su entorno
real, ese mismo entorno material que lamenta perdido para la
izquierda. No analiza la situación de los partidos, sindicatos o
incluso de la clase trabajadora que añora o asegura añorar,
especialmente si se encuentra en su entorno social más cercano, y en
su lugar construye un relato simbólico fundamentado sobre ejemplos
singulares y casi siempre tomados de la sociedad norteamericana,
como:
-
la
quedada fumeta de Ruth Hole en 1929 en Nueva York con que abre el
capítulo I;
-
la
voladura de un complejo residencial de san Francisco en 1972 que
abre el caítulo II,
-
el
intrascendente encuentro del robot K5 con la activista Fran Taylor
en San Francisco en 2017 que abre el capítulo III;
-
o
la absurda historia de Holland y Jeni de 2017 que incia el capítulo
IV;
-
etc.
Y
todo el libro está preñado de referencias a la cultura audiovisual,
a las series de TV cuyas ficciones usa a capricho para
representar y analizar la realidad social, a películas como Rambo
III o Forrest Gump con las que Bernabé
reinterpreta ad hoc la historia del último tercio
del siglo XX.
Todo
el análisis, casi siempre bien expuesto y en ocasiones perspicaz, se
resiente por una increíble superficialidad. Por ejemplo, Bernabé
analiza la muy interesante cuestión de cómo el militante de los
viejos partidos dio paso a un nuevo activista (140), pero lo hace
sobre evidencias tan vaporosas y discutibles como que: 'no
era raro encontrar expertos en cultura arrebatada de tal pueblo
precolombino pero que desconocían las condiciones laborales de la
asistenta dominicana que limpiaba en la casa de sus padres de
Pozuelo.' No sé
cuántos expertos en cultura arrebatada precolombina puede haber en
España, aunque imagino que muy pocos, siendo que en la
compartimentada estructura departamental de las universidades
españolas ni siquiera es una especialidad de la Historia sino más
bien de la Antropología, pero lo que me pregunto es si Bernabé
conoce a ese experto concreto en cultura precolombina cuyos padres en
Pozuelo tienen una asistente dominicana, o simplemente se lo inventó
todo para hacer categoría socioeconómica de una ficción
literaria.
Poco
más adelante, Bernabé sigue ficcionando las categorías al retratar
el antiguo ser comunista de 1978, del que dice que: 'vivía
en su barrio', y
que: 'seguramente tenía
una ideas muy marcadas. Tomaba responsabilidades si así se lo
requería el partido, aunque seguramente defendía
con convicción...' Bernabé
opone este ejemplo de comunista responsable y sacrificado al actual:
...cuya
formación será endeble, o
bien basada
en aforismos y citas que usa con soltura punitiva, o
bien será un
voraz lector escolástico, es decir, sin establecer nunca relaciones
con su entorno y momento más allá de las que establecería un
rabino que sabe de memoria la torá. Y posiblemente calificará
de «posmo» e idealista a cualquiera que no ponga como objetivo
inmediato la reactivación del Pacto de Varsovia. Su identidad no
surge de su cotidianidad, de su contexto real, de su vida, de su ser
comunista, sino que la adquiere, a priori, como un coleccionista
haría con algún tipo de bien valioso.
(145)
Estos comunistas
ejemplares, como la cajera y
el consultor de Zara que según Bernabé ganan ochocientos y tres mil
euros respectivamente, se consideran de clase media y admiran a
Amancio Ortega (128), no tienen nombre ni apellido porque son
arquetipos, tipos imaginados para representar esa clase media que se
identifica con sus aspiraciones y no por sus necesidades reales. La
cuestión, repito, es que Bernabé no creó estas personalides-tipo a
partir de estudios sociológicos, resultados de encuestas,
investigaciones periodísticas o simples entrevistas, sino como
herramientas narrativas. Los análisis histórico y sociopolítico
del libro de Bernabé son literarios. Sus descripciones sociales,
aunque se inspiren en su entorno o en sus lecturas, no son reales,
sino literariamente realistas, incluso costumbristas, y en el ejemplo
del comunista «hoy», diría que posiblemente autorreferente,
en cualquier caso, de ficción.
Cuando
Bernabé advierte que su libro está hecho
desde la narrativa y el periodismo,
quiere decir que está hecho desde una ficción construida en
referencia a una heterogénea colección de clichés y noticias (publicadas mayoritariamente en la prensa americana), y en su propia
inventiva.
Sobre
todo, Bernabé evita cuantificar, y las pocas veces que se refiere a
cuestiones contables es evidente que subordina la fiabilidad a la
elocuencia del discurso. El primer aviso para quien lee llega pronto,
en la página 39, donde afirma que la demografía europea se mantuvo:
'practicamente
estable de 1500 a 1800', cuando
lo cierto es que en esos 300 años la población de Europa se
dobló (Allen,
1990), en significativo contraste con la situación de equilibrio
malthusiano de los siglos medievales (Karayalcin,
2015).
Y
cuarenta páginas más allá (79) Bernabé vuelve a sorprender al
afirmar con rotundidad que en los años ochenta los EEUU eran el
segundo país donde el sector público tenía más peso en la
inversión tras la URSS, aunque incluso sumando los gastos de Defensa
los valores de inversión pública de los EEUU fueron del 3-4%
(Debortoli
y Gomes, 2014) similares o ligeramente superiores a los de otros
países europeos del G7 pero muy inferiores a los de Japón (en torno
al 9% PIB) y los países en desarrollo, que presentaban valores
medios habituales entre el 5% y el 10%, llegando incluso al 20% en
ciertos casos como Egipto (Frederick
et al, 1995).
Y
en la misma página (79) Bernabé dice sin recato alguno que
con Reagan la industria de defensa de los EEUU se desarrolló
'de forma exponencial', aunque según los datos del gobierno
de los EEUU el gasto de defensa pasó de un 5,7% de media con Carter
al 6,5% en el primer mandato de Reagan, o sea, una subida del 0,8%
del PIB.
En
perspectiva histórica, la verdad es que desde la guerra de Corea
hasta el fin de siglo XX el gasto militar de los EE.UU mantuvo una
tendencia descendente, y si hay que señalar un umbral significativo, eligiría el 8% de gasto en los años justo despues de la II Guerra
Mundial que LOs EE.UU. no recuperaron hasta que las tropas americanas comenzaron a retirarse de Vietnam y dieron inicio los acuerdos SALT 1.
En la década de los setenta el presupuesto de Defensa continuó bajando hasta alcanzar el 5,5% en 1979, aunque volvió a aumentar con la revolución iraní, en el último año mandato del presidente Carter, subiendo al 5,9 en 1980 y alcanzando el 6,8 el año 86, en la mitad del segundo mandato de Reagan. Un incremento del 1,4% del PIB en seis años es sin duda importante, sobre todo cuando venía a contrarrestar una tendencia histórica a la baja que duró medio siglo, pero sólo de un modo retórico puede ser descrito como un aumento exponencial. Pero es evidente que todo este contexto historico resulta un incordio cuando el objetivo narrativo es personificar en el presidente Reagan la belicosidad neoliberal.
En la década de los setenta el presupuesto de Defensa continuó bajando hasta alcanzar el 5,5% en 1979, aunque volvió a aumentar con la revolución iraní, en el último año mandato del presidente Carter, subiendo al 5,9 en 1980 y alcanzando el 6,8 el año 86, en la mitad del segundo mandato de Reagan. Un incremento del 1,4% del PIB en seis años es sin duda importante, sobre todo cuando venía a contrarrestar una tendencia histórica a la baja que duró medio siglo, pero sólo de un modo retórico puede ser descrito como un aumento exponencial. Pero es evidente que todo este contexto historico resulta un incordio cuando el objetivo narrativo es personificar en el presidente Reagan la belicosidad neoliberal.
Incluso
cuando se atreve a dar datos concretos, como en la página 80,
Bernabé no va más allá de la wikipedia. El libro dice que la
afiliacion sindical en UK, que superaba los 13 millones en 1979, año
en el que Thatcher llegó al poder, 'hoy
apenas alcanza los 6 millones', que es exactamente lo que dice la wikipedia, y añade además el dato dramático de que hoy no queda un solo pozo
de carbón abierto en Reino Unido, lo que sería cierto atendiendo a
la noticia que también recoge la wikipedia.
La cuestión es que las estadísticas
oficiales del gobierno británico, bien fáciles de encontrar
en Google,
dicen que en el año 2016 quedaban todavía cinco pozos activos que
producían unas 22k de toneladas de carbón, lo que desde luego es
bien poco, pero es algo. En
realidad, el 99,5% del carbón minado en UK en 2016, unas 4,2M de
toneladas, fue sacado de explotaciones a cielo abierto, y la
producción nacional todavía representaba ese año el 33% del
consumo nacional. En cualquier caso, lo que estos datos puntuales
esconden es que la minería de carbón de UK no dejó de perder mano
de obra desde la década de 1920, tanto por la sustitución
del carbón por otras fuentes de energía como por el incremento de productividad. Así que no, no
fue Thatcher quién acabó con el empleo en las minas de carbón de
Gales e Inglaterra. Como en tantas otras cosas, la decadencia minera
de UK era una tendencia histórica de largo recorrido e ineludible.
Las estadísticas
oficiales de afiliación sindical del gobierno de UK también
difieren de las noticias recogidas por la wikipedia,
y en el año 2014, el último para el que hay datos oficiales, la
afiliación había descendido por primera vez debajo de los 7
millones, un millón más de lo que dice la wikipedia. Quizás a
alguien ese millón de afliliados arriba o abajo le parezca poca
cosa, pero de mantenerse la tendencia moderada descendente de las
últimas décadas (-0,75% anual), la cifra de seis millones de
afiliados no será alcanzada hasta después de 2030.
Sea
como sea, la cuestión de fondo en ambos casos es la intrascendencia
que para Bernabé parecen tener los datos económicos en su tesis.
Pese a reclamar el regreso de una izquierda de clase, articulada
siempre en torno a la redistribución de lo material (151) Bernabé
no presta ninguna atención a la economía, a la demografía, a la
estadística del cambio social, la tasa de matrimonios, fecundidad,
esperanza de vida, salud pública, educación, salud y seguridad
laboral, tasas de empleo, feminización pública, contaminación
ambiental, asistencia a oficios, relación entre patrimonio y renta,
reparto del trabajo, evolución de la renta, etc., y sí son
constantes a lo largo del libro sus referencias y reflexiones sobre
las comunidades y reivindicaciones LGTB, LGBTQ, al veganismo, al
gaycapitalismo, al antiespecismo, al antinatalismo, o a problemas
como la sororidad, el hiyab, los movimientos anti-robots, el
acientificismo, a todos los activismos habidos y por haber y a todo
tipo de problemáticas y opciones identitarias que Bernabé dice
repetidamente considerar muy respetables desde un punto de vista
personal, pero a las que acusa de atomizar y distraer la acción
colectiva de la izquierda real, sirviendo, si acaso de modo no
deseado, al plan neoliberal.
3.
El discurso soñado.
El
libro de Bernabé es un ejemplo extremo de aquello que denuncia.
Capítulo tras capítulo reivindica una izquierda que abandone los
enredos identitarios y recupere la política redistributiva con una
perspectiva de clase, y capítulo tras capítulo discute esas mismas
cuestiones identitarias sin llegar a definir en ningún momento
cuáles son hoy las condiciones materiales objetivas de esa población
trabajadora que reivindica, o cuáles las metas históricas, sociales
o económicas que deben dirigir a la izquierda. Hace continuos
alegatos a la realidad pero desdeña todo empirismo y, frente al dato
y la medida, desarrolla toda su retórica deconstruyendo anécdotas y
ficciones, como uno de aquellos adivinos de la antigüedad que leían
los hados en el vuelo de los pájaros y las entrañas de animales
sacrificados.
Por
ejemplo, el capítulo V, central en el libro y en la tesis de
Bernabé, se inicia (119) con una convocatoria contra D. Trump en
Washington de un anónimo neoyorquino, convocatoria que le permite
deconstruir la inane naturaleza del activismo moderno. Hecho esto,
remonta su discurso a Thatcher y Reagan, que en el imaginario de
Bernabé fueron la némesis de la izquierda, auténticos señores de
Mordor de esta nueva Edad del Neoliberalismo, y prosigue rápido con
sus sucesores Clinton y, sobre todo, Blair y su Nuevo Laborismo, para
concluir que: '...a partir de ese difuso momento de las dos
últimas décadas del siglo XX todo empezó a
cambiar'. (124) ¿Un difuso momento de dos décadas de
duración? En fin, el cambio habría consistido en la sustitución de
una clase trabajadora con una identidad fuerte (que más que votar
laborista era laborista) por una clase media
aspiracional de identidad débil y que por tanto sufre una angustia
existencial, por lo que está ansiosa por diferenciarse: '¿Cómo
se cura la clase media esta ansia de diferenciación? Mediante el
mercado de la diversidad'. (125)
Construido
el referente global, Bernabé, nacido en 1980, pasa a describir el
desplazamiento de los conceptos identitatrios, políticos e
ideológicos en España en las dos últimas décadas del siglo XX
deconstruyendo las series de TV Anillos de oro (1983), Turno
de oficio (1986-1987) y Médico de
familia (1995-1999), y afirmando, por ejemplo, que: 'José
María Aznar se parecía mucho más al doctor afable y televisivo que
su oponente Felipe González, o al menos mucho más que el comunista
Julio Anguita'. (127).
La
cuestión que quiero resaltar es que toda esta difusa retórica de la
trivialidad es consciente y expresa en el propio libro:
El
interés aquí no es analizar la composición del mercado de trabajo,
la capacidad real adquisitiva de los trabajadores y la desigualdad,
sino hacer patente que los años de la burbuja inmobiliaria dieron el
asiento definitivo a la identidad individualista y
aspiracional (128).
Puesto
que Bernabé renuncia a la medida y a la evidencia empírica, sus
causalidades se construyen en la pura casualidad. Como en el
vuelo de los pájaros, cualquier hecho puede ser significativo. De
modo especial, los sucesos curiosos y fuera de lo común se
transforman en señales para el oráculo.
Una
de las ventajas de escribir un libro desde la aproximación
periodística y no desde la pretensión académica es que nos podemos
permitir la conjetura. Una de las ventajas de la conjetura es que, en
ocasiones, es útil para señalar algo sin necesidad de demostrarlo,
ahorrándonos energías y tiempo en cuestiones secundarias y a menudo
indemostrables. (48)
Bernabé
enlaza a capricho los acontecimientos para conjeturar lo
indemostrable a la vez que reivindica los ideales de la Ilustración
y su racionalidad materialista, desmontada, dice, por culpa del
posmodernismo. A este asunto dedica todo el capítulo II y buena
cantidad de menciones a lo largo del libro. Dejando de lado que su
anecdótica filogenia cultural de la modernidad ignora todo el
movimiento romántico e incluso el idealismo filosósfico que
entronca lo que hoy se conoce como filosofía continental y el
propio posmodernismo, Bernabé considera este movimiento como un
instrumento cultural del neoliberalismo para destruir la ideología
de progreso ilustrado y modernidad que, tras una primera fase de
protagonismo burgués, portaba la izquierda. Y es
aquí, al enlazar el proyecto neoliberal de dominación con la
apropiación cultural de la clase media, donde las conjeturas y
causalidades alcanzan un nivel conspiranoico.
En la página 73 Bernabé apunta que ya en 1947, mientras el gobierno laborista de Attlee comenzaba a nacionalizar sectores industriales estratégicos de la economía británica, Hayek, Friedman, Popper y Von Misses se reunían en Suiza para dar inicio a la contraofesiva neoliberal. La Sociedad Mont Pelerin, el instituto Americano de Empresa, la Freedom House, la Fundación Heritage el Instituto Cato, el Instituto Manhattan o la Rand Corporation entre otras, generosamente financiadas por las grandes empresas, habrían sido las instituciones que mantuvieron vivo el proyecto neoliberal.
En la página 73 Bernabé apunta que ya en 1947, mientras el gobierno laborista de Attlee comenzaba a nacionalizar sectores industriales estratégicos de la economía británica, Hayek, Friedman, Popper y Von Misses se reunían en Suiza para dar inicio a la contraofesiva neoliberal. La Sociedad Mont Pelerin, el instituto Americano de Empresa, la Freedom House, la Fundación Heritage el Instituto Cato, el Instituto Manhattan o la Rand Corporation entre otras, generosamente financiadas por las grandes empresas, habrían sido las instituciones que mantuvieron vivo el proyecto neoliberal.
En
la página 77 dice que, ya con Reagan y Thatcher en el poder, el
cambio socioecómico que acabó con los sueldos altos de los
trabajadores (lo que él llama «modelo fordista») fue: 'más
bien un objetivo buscado', y que se logró creando empleo para
una parte de la sociedad muy determinada, en concreto de los sectores
financiero, tecológico y comunicativo. Y enlazando aquí con la
industria del cine, nos hace ver que si bien Los Goonies (1985)
emprenden su aventura para frenar un desahucio: 'lo que arrastraba
parte de la crítica y ferocidad de los setenta', un debutante
Tom Cruise vivía días inolvidables con una prostituta en Risky
Business (1983) trasladando a la opinión pública una catarata de
los nuevos valores neoliberales con la excusa del entretenimiento. En
la página 88 habla de 'un refinado sistema de persuasión
política'. En la página 113 dice que los guionistas de la serie
de TV Modern family, 'posiblemente con técnicos de
marketing', utilizaban la diversidad simbólica para darle un
aire progresista a su espacio. En la página 141 dice que el
posmodernismo era bien el relato cultural del capitalismo tardío,
bien un esfuerzo para socavar el capitalismo. Y los ejemplos se suceden
hasta que en la página 196, por fin, habla abiertamente del marxismo
cultural y el control de las universidades, si bien para defender una versión alteenativa y opuesta en la que las universidaes estarían
completamente penetradas por el neoliberalismo, salvo algunos
departamentos: 'generalmente en los ámbitos de las ciencias
sociales y la filosofía'. Termina así:
...en
el fondo la conspiranoia no es más que la impotencia para explicar
desde fundamentos materiales un hecho, teniendo que recurrir a un
deus ex machina maléfico que crea los conflictos, en este caso el
del mercado de la diversidad.
Bernabé
reivindica una izquierda que regrese a lo material y a lo
redistributivo pero solo nos habla de márketing, de voluntades, de
deseos, de aspiraciones, de conspiraciones, de simbolismos y de
guerras culturales. Filosóficamente, Bernabé es un idealista, en él
la materialidad es sólo un instrumento para el espíritu. Y en el
fondo de todo el libro lo que late es el problema de la identidad. El
revivalismo de Bernabé, su melancolía de los viejos valores, es
solo un pretexto para apuntar la necesidad de dotar un nuevo ser a la
izquierda, desgarrada por el neoliberalismo y la posmodernidad. El
capítulo VII, que titula 'Atenea Destronada' en
referencia a la vieja racionalidad ilustrada, lo dedica a los
conflictos generados por la aculturación, y dice que: 'no es de
extrañar que existan cada vez más grupos que busquen en lo
tradicional un asidero de para su identidad débil'. (206) Y
ya al final del libro, en el último capítulo que desvela por fin la
naturaleza de esa izquierda soñada que dene ser restaurada, dice: 'La idea de
que la política esté para darnos cosas, como si fuera una máquina
expendedora de refrescos en la que apretamos un botón, es abyecta.
(247) Por
supuesto, esta identidad política que no se puede definir desde lo
material y a la que tampoco podemos pedirles 'cosas' solo puede referirse a un nuevo ser espiritual, porque: 'un
indididuo no es un programa informático susceptible de fragmentarse
y desfragmentarse, sino una entidad compleja, de una libertad
restringida que parte de un entorno social que le marca
insoslayablemente'. (240)
En fin, no
es extraño que la última serie televisiva que Bernabé elije para
articular en torno a ella el capítulo final vaya de religión,
y en concreto sobre la Iglesia Católica, en cuya Doctrina
Social caben perfectamente las aspiraciones de Bernabé. Bernabé
quiere recuperar al izquierdista renacido por medio de la comunidad, una
comunidad que en la página 214 identifica con los cinco millones de
votantes a la izquierda en las últimas elecciones, evidentemente, a
Podemos. Nos dice que todavía hay esperanza y que su libro es la
prueba de que la hegemonía neoliberal puede ser disputada, aunque no
pretende entrar en competición con el neoliberalismo, sino de seguir
el ejemplo de El papa joven y construir la comunidad
de izquierdas ajena al neoliberalismo.
Bernabé,
como un San Agustín, propugna una nueva Ciudad de la Izquierda,
ciudad de los santos y mártires izquierdistas. Bernabé predica un
renovado catolicismo (universalismo) de izquierdas, ajeno a los
medios y a los datos tras el gran arrepentimiento del posmodernismo.
Esto es lo que dice el párrafo final del libro:
Las
respuestas las tienen en una gloriosa tradición de
políticos, teóricos, militantes, revolucionarios, filósofos,
pensadores, escritores, músicos, pintores y poetas, mujeres y
hombres, que nos dejaron un legado que recuperar, el de la
modernidad, el del siglo XX, para ponerlo de nuevo en marcha
conociendo los errores que nos han traído hasta aquí.
4.
Número, discurso y complejidad.
A
un mes de su puesta en el mercado, solo he encontrado una reseña de
La
trampa de la diversidad en
el digital de Mundo Obrero,
otra muy breve en el Diario de
León,
una aparición entre los más vendidos de El
Diario de Navarra y una crónica de la presentación del libro el 17 de mayo en
Madrid, en el suplemento de Apuntes de
Clase de LaMarea, que es el digital donde habitualmente escribe
Daniel Bernabé. La
trampa de la diversidad no
aparece en las listas de más vendidos de los grandes diarios ni
distribuidoras, no es un súperventas ni recibe el apoyo de un gran
grupo de comunicación, es
un producto para un público objetivo muy determinado, y tiene
complicado romper las barreras de su nicho de mercado para
convertirse en mainstrem.
Así pues, el libro como producto se inserta en la misma lógica de
división y especialización que Bernabé denuncia.
Por
otro lado, tampoco es impensable que el libro llegue a ser un éxito
editorial, teniendo en cuenta además que la creciente segmentación
del mercado ha relativizado mucho lo que eso significa. A su favor
tiene que Akal es una gran editorial independiente madrileña, y como
periodista en La
Marea, invitado
ocasional a Fort Apache y 24k
seguidores en twitter, Daniel Bernabé tiene una audiencia
respetable dentro de su potencial base lectora, interesados por la
nueva política y el mundo activista, en el entorno de Podemos.
Además, el libro evita todo tecnicismo y cuenta con el gancho de sus
referentes mediáticos, películas y series de televisión, para
conectar con el gran público y de este modo hace accesibles una
buena cantidad de controversias de actualidad en esa compleja
polémica guerra cultural global (En
defensa de la intoleracia,
de Slavoj Zizek; Ciudadanismo,
de Manuel Delgado; Mistaken
identity Race and class in the end of Trump,
de Asad Haider, además del ya mencionado Contra la Postmodernidad,
de Ernesto Castro, por poner cuatro ejemplos cualesquiera). Por
último, y a pesar de su pesismismo sobre el presente, el libro emite
un indeterminado mensaje de esperanza.
En
fin, puede que este libro entretenido e interesante, tanto por lo que
pretende como por lo que representa, tenga una buena acogida en el
mercado y hasta logre un cierto reconocimiento para el autor dentro
de su izquierda. Pero más allá del éxito editorial, el libro
es importante en la medida que expresa o quiere expresar y
representar a esa izquierda a la que se dirige, y que el autor
reconoce en esos cinco millones de votantes de Podemos en 2016. En
este sentido, este libro no debe tratarse como un ensayo de ciencia
social, sino como un libro político-religioso, y más que una
crítica analítica requiere de una hermenéutica simbólica.
Para
terminar, no me resisto a poner un sencillo ejemplo del problema
fundamental planteado por Adorno y Horkheimer, de cómo organizar una sociedad con un
sistema de ideas cerrado de menor complejidad sin caer en el totalitarismo. Bernabé
enuncia de pasada este problema original de la posmodernidad en la
página 44, si bien no pretende contestarlo y, simplemente, lo evita.
Yo tampoco pretendo darle solución, al menos una solución global,
sino solo plantearlo del modo más sencillo y, a diferencia de
Bernabé, en términos materiales, históricos, con datos,
aunque en línea con los intereses del autor.
Ir
al cine en la España de 1979, ese año en que Thatcher llegó al
poder con un record de 13,2 millones de británicos sindicados,
costaba unas 112 pesetas (Díez
Puertas, 2003), y puesto que la renta per cápita era de 314.382
pesetas (Pastor,
2005), un español medio podría ver 2.807 películas al año. En
2016 la renta per cápita de los españoles era de 23.970 € (INE),
y, a un precio medio de 6,01€, (ComScore,
2016) ese español medio podría ver en el cine 3.988 películas,
casi mil doscientas películas más, lo que sin duda es una ganancia
considerable. Lo interesante es que en
1979 en los EEUU se estrenaron 115 películas, por lo que en el
caso de distribuirse también en España ese español medio podría
verlas todas consumiendo un 4 % de su renta. En cambio, en
2016 se estrenaron 736 películas en los EEUU, de modo que ver
todas las películas le supondría un 18,6% de su renta anual a ese
mismo español medio, además de buena parte de su tiempo.
¿Somos
más ricos o más pobres? ¿Vivimos mejor o peor que nuestros padres?
Según se mire, pero sin duda entre uno y otro año hubo un cambio
sustantivo. Somos individualmente más ricos y socialmente más
pobres. Hoy tenemos más renta, podemos ver más películas, pero la
producción de películas ha aumentado tanto que resulta casi
imposible enterarse de las películas que se producen, mucho
menos verlas todas. Hoy, al igual que hace 40 años, ir al cine es un
lujo para los más pobres, pero para toda la sociedad es mucho más
difícil encontrar en el cine unas referencias comunes.
En
1979, la mayoría de las personas de una comunidad, sobre todo en una
sociedad tan pequeña y miserabilizada como la española, veía las
mismas películas en el cine o en uno de los dos canales de
televisión, leía los mismos libros y seguía una vida mucho más
igualitaria u homogénea en muchos sentidos. Este es el marco
material de la supuesta guerra cultural que evita Bernabé. No hay
una mano negra dividiendo la izquierda, no hay una camarilla
neoliberal dirigiendo el mundo, el cambio al que asistimos y que nos
condiciona a todos es mucho más grande y potente de lo que ninguna
élite puede dirigir. Es una ola que nos arrastra a todos y que, como
mucho, tratamos de surfear con más o menos fortuna. Creo que esta
ambición de surfear la ola y en general, de deslizarse impulsado por la inercia del momento, también el miedo a caer y verse
arrollado (incluso de ser la puta ola, como hace poco
escuché a un músico de Trap, al parecer famoso) expresa mucho
mejor la combinación de euforia y espanto del presente que
el running (107), una de las referencias simbólicas
que usa Bernabé para construir su relato.
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NOTA
FINAL
A
la vista de lo que hoy sucede con el discurso globalizador en los
países que Bernabé señala como vanguardia neoliberal, en Gran
Bretaña con el Brexit y en los EE.UU. con el aislacionismo de
Trump, parece cuestionable calificar las protestas
antiglobalizadoras como inocuas. No me resisto a transcribir
esta parte del discurso de Theresa May el 5 de octubre de 2016 en la
convención de conservadora de Birmingham. Puede que se entienda
mejor cómo los discursos antiglobalización han calado en la opinión
pública permitiendo a la derecha ocupar el espacio que la izquierda
creía suyo. (Tomado
del libro O
canastro sen tornarratos.
David Rodríguez, 2018)
El
referéndum no era solo un voto para salir de la UE. Se trataba de
algo más amplio, algo que la UE había llegado a representar. Se
trataba de un sentimiento profundo y, admitámoslo, justificado, que
tiene mucha gente hoy de que el mundo funciona solo para unos pocos
privilegiados y no para ellos.
Fue
un voto no sólo para cambiar la relación entre Gran Bretaña y la
UE, sino para pedir un cambio para siempre en el modo cómo funciona
nuestro país y para qué personas funciona. Llamad a la puerta de
casi que cualquier parte del país y descubriréis las raíces de la
revolución que quedaron a la vista.
Nuestra
sociedad debe funcionar para todos, pero si no puedes permitirte el
ascenso en la escala de la propiedad , o tu hijo está estancado en
una mala escuela, no sientes que funciona para ti.
Nuestra
economía debe funcionar para todos, pero si tu salario se estancó
durante varios años y una serie de gastos fijos no dejaron de subir,
no sientes que esté funcionando para ti.
Nuestra
democracia debe funcionar para todos, pero si llevas diciendo que las
cosas tienen que cambiar y tus quejas caen en vacío, no sientes que
esté funcionando para ti.
Y
las raíces de la reolución son profundas. Por que no fue el rico
quien hizo los mayores sacrificios tras el crac financiero, sino la
gente común, las familias de la clase trabajadora.
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