martes, 10 de enero de 2017

144. El tiempo es espacio en movimiento.

He visto en internet que la frase El tiempo es espacio en movimiento se atribuye a Piaget. La fórmula, claro, nos remite a la relatividad de Einstein, pero el mérito que la atribución pretende para Piaget no es la de haber desentrañado la arcana relación entre tiempo y espacio -lo que sería una pretensión ridícula- sino la honrilla del pedagogo que sabe resumir en una cita memorable una cuestión tan compleja. Con ese simple verso Piaget nos facilitaría a los comunes y niños la esencia de la relatividad espacio-temporal.

Pero no.

Pues lo que constituye el tiempo es el movimiento de las cosas, las vicisitudes y las modificaciones de las apariencias, cuya materia es la tierra indivisible de la que hablado ya.
San Agustín, Confesiones. 12.8.

La tierra indivisble a la que se refería Agustín era la materia todavía sin forma, primeramente creada antes que las propias cosas, es decir, el puro espacio. Tal y como advirtió el reputado físico Roger Penrose, san Agustín parece adelantar en sus Confesiones la relatividad mil quinientos años. Así que ni Piaget ni Einstein: san Agustín.

Pero tampoco.

Para empezar, la cita de Penrose a que remite la wikipedia no salió de la boca de Penrose, sino del periodista que le entrevistó, que vete tú a saber de dónde sacó la idea que puso en boca de Penrose. También es posible que se tratase de una de esas entrevistas reconstruidas a partir de unos textos preescritos o dictados por el entrevistado, de modo que el apuntador fuera el propio Penrose, pero el lío me sirve para ilustrar lo problemático de citas y atribuciones de paternidad.

Así que, aunque es indudable que san Agustín armó en Confesiones una formulación de tiempo sorprendentemente coherente con la presente concepción estándar de un espacio-tiempo creado en (¿o quizá inmediatamente tras?) el Big Bang, no tengo nada claro que el mérito de esa intuición genial de unir el tiempo como espacio en movimiento pertenezca al santo o a otro. El orgulloso san Agustín apenas reonoce otra referencia que Dios, así que nada nos dice de sus fuentes, pero en medio de su exposición reconocía lo siguiente:

Oí decir a un sabio que el tiempo no es más que el  movimiento del sol, de la luna y de las estrellas, No pude aprobar eso. A este precio, en efecto, ¿por qué el tiempo no sería más bien el movimiento de todos los cuerpos?
San Agustín, Confesiones. 11.23

No podía ser de otro modo. El problema del tiempo ocupa en las Confesiones dos libros enteros (el once y doce) de un total de trece, lo que no solo nos dice que el asunto era una obsesión particular del autor, sino que debía serlo para sus lectotres (o más bien oyentes) por ser un motivo de disputa pública frecuente e importante. De hecho, la cuestión central de la exposición de san Agustín y la que más acerca su relato a la teoría dominante del Big-Bang es que el tiempo fue creado con el propio universo y no existía antes de él, punto en el que San Agustín insiste varias veces para atacar a quienes dicen lo contrario. Pero incluso aquí san Agustín no hace sino seguir la escuela neopatónica de Plotino, que el obispo leyó y estudió en su juventud.

A mi entender, San Agustín  -que antes de ser padre de la Iglesia se ganaba la vida como retórico, es decir, lo que hoy sería un abogado- simplificó y tergiversó el discurso de sus contrarios para atacarlos mejor y ocultó cuanto pudo sus propias fuentes y las de sus enemigos para construir un relato en el que sólo cabían Dios y él mismo. El éxito de su empresa está a la vista.

Pero en lo que aquí me atañe lo decisivo es que la idea de tiempo entendido como espacio en movimiento no es una intuición singular, particular, sino una metáfora común y corriente, tan común que fue utilizada por George Lakoff y Mark Johnson en su conocido Metáforas de la vida cotidiana para ilustrar las nociones de consistencia y coherencia, fundamentales en su teoría lingüística. Lo que nos dicen Lakoff y Johnson es que en inglés (pero también en la mayor parte de las lenguas del mundo) usamos, experimentamos y comprendemos el tiempo como si se tratara de un espacio y un movimiento.

En definitiva, lo que esta historia nos cuenta es un eterno retorno de la metáfora del espacio que es tiempo en movimiento en sus sucesivos ciclos de generación y regeneración a lo largo de un espacio-tiempo que sentimos y pensamos lineal, esto es: una paradoja.

...

San Agustín rechazó de plano el tiempo circular que le ataba a la Antigüedad pagana. Si se tomó dos capítulos de sus Confesiones en defender la concepción alfa y omega del tiempo-universo es porque advertía que el problema desbordaba la cuestión aparente para constituir un marco referencial, como lo fueron en su momento el heliocentrismo de Galileo o el relativismo de Einstein. Estas metáforas paradigmáticas nos son constitutivas, pues con ellas reconstruimos otras que consideramos menores, contendias, subordiandas, dependientes, o como quiera que las podamos llamar. El Universo es Todo, el Universo es relativista, todo es relativo. El propio Piaget, por ejemplo, reconstruyó en el crecimiento del niño el paso de una moral inmanente, de reglas fijas, anterior, inferior, primitiva, simple, a una moral más relativista, posterior, madura, superior. La filogenia cosmológica en la ontogenia moral del niño.

Es decir, el niño llega poco a poco a una especie de 'relativismo moral'. Poder adquirir este tipo de conceptos morales implica, por supuesto haber abandonado el pensamiento egocéntrico y ser capaz de ponerse en el lugar de otras personas. 

El relato del blog que cito no puede ser más transparente respecto de sus referencias cósmicas, pero lo que nos descubrió Lakoff es que aunque estas metáforas no nos resulten tan explícitas siguen trabajando de forma permanente y extensa. Una vez articulada, la metáfora nos permite expresar o explicar un sin fin de situaciones, a menudo -como el caso anterior- con muy ligeras variaciones de la estructura lingüística.

Así funcionamos.

En la lógica clásica occidental, lógica lineal, secuencial, judeo-cristiana, la paradoja es peor que el error, es la némesis, el cierre del pensamiento. La paradoja es el laberinto tramposo que, como un juego de espejos, nos condena a una recursividad eterna y estéril. Incluso Lakoff, al explicar el modo cómo trabaja la metáfora del tiempo (como espacio y como movimiento), no se resiste a soslayar la paradoja de un tiempo que está enfrente de nosotros, adelante, pero que es posterior frente a un pasado que es primero y anterior, mediante una discontinuidad formal en la coherencia del propio lenguaje. De forma gráfica, Lakoff separa el tiempo-espacio y el tiempo-movimiento en dos ramas de un mismo árbol metafórico para mostranos la divergencia e imposibilidad formal y real de ambos discursos, que operarían alternativamente, pero no juntos, lo que es como cortar la cinta de Moebius.

La dificultad de la paradoja no es sustancial ni de estilo, sino de gusto. La reluctancia de san Agustín por la recursividad del tiempo no tiene que ver con la incoherencia de una metáfora o la insuficiencia del lenguaje (como presupondría, creo, Lakoff), sino con un gusto cuyo juicio excede el mero campo del discurso.

a.- San Agustín confiesa arder en deseos de aclarar los enigmas del tiempo y no tiene empacho algo en hacer del misterio de la Trinidad trágala epistemológica del mundo.

b.- San Agustín quiere fijar el tiempo del mundo al Génesis para ponerle el fin que desea.

c.- Pese a sus protestas, san Agustín no se debate en el saber, sino en lo que hay que saber y del los medios para saberlo.

La metáfora del tiempo como espacio en movimiento es intemporal y recurrente, singular y plural. Cada nueva reconstrucción transforma su significado en su relación al resto del universo metafórico. y no deja de ser la misma. En realidad no solo esta metáfora sino el mismo discurso del mundo debe ser resignificado por entero para mantenerse vivo, presente. Si el discurso se fija a un pasado, se fosiliza, muere, se olvida. Cada instante se hace y se deshace.

El discurso recorre el mundo y lo ata a nosotros. Recomponiendo el discurso reconsidero el valor del mundo en sus términos, decido, taso, enjuicio.

En definitiva y por lo que aquí interesa (en este blog del discurso y el número), el resultado del juego de atribuciones es reasignar valor y así mantenerlo, no solo dentro del discurso, sino entre discurso y mundo, en el propio mundo del que el discurso es parte. Si atribuyo la cita del tiempo como espacio en movimiento a Piaget, resignifico a Piaget tanto como la propio metáfora, valoro una en función de la otra, y a mí mismo en relación a ambas. En lo que respecta a Piaget, lo pongo en relación al relativismo. Si resignifico a Piaget con la moral del niño y su educación, lo pongo en la situación del buen pedagogo, de un nuevo San Francisco. Lo que valoro y detesto, lo que quiero o prefiero, todo eso dispongo y ordeno en el discurso.

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