Hoy se celebra una gran marcha antiviolencia de género, es decir, contra la violencia machsita. Aprovecho la fecha para cuestionar algunos fundamentos de este movimiento y unos pocos juicios que habitualmente lo acompañan.
Creo que las políticas de discriminación positiva -en favor de la mujer- están llegando al límite de su eficacia pues en el punto en el que estamos la violencia de género ya no es causada por la persistencia de los viejos prejuicios misóginos, como se suele apuntar, sino justo por lo contrario: que son consecuencia de la integración de las mujeres en el mundo masculino en igualdad de condiciones.
Me explico: al entrar las mujeres en el mundo masculino y supuestamente en igualdad de condiciones descubren -y sufren- la violencia física que resulta normal en este mundo. Así pues, la violencia de los hombres contra las mujeres no es genérica en el destino sino en origen, no es machista, sino masculina. Simplemente, los hombres vivimos y sufrimos una violencia física sistémica mucho más alta que las mujeres. Nuestro mundo es físicamente más peligroso y lesivo. Estamos biológicamente hechos y nos educan para soportar y ejercer un nivel de violencia y riesgo físico mucho más alto que las mujeres y al entrar estas mujeres en nuestro mundo masculino en igualdad de condiciones es cuando perciben y sufren esta diferencia de umbral como un ataque machista, cuando es, simplemente, repito, una condición de lo masculino.
Este es mi juicio y ahora las evidencias de cargo.
1.- Los hombres sufren más muertes no naturales (violentas y/o accidentales) que las mujeres, pero cada vez la diferencia es menor.
Desde 1980 a 2013 las muertes externas, que es como el INE llama a las causadas por accidentes, homicidios, suicidios, etc se han mantenido entre las 15.000 y 18.000 anuales, con un reparto muy desigual entre sexos: la mortalidad externa masculina siempre ha sido mucho mayor que la femenina en un ratio que oscila entre 1,7:1 y 2,9:1. En la mortalidad masculina hay un máximo en 1989 y son claras las caídas en el número de muertes en las crisis empleo. Las muertes externas en las mujeres, sin embargo, muestran una clara tendencia creciente desde 1990 y alcazaron su máximo en 2013, a pesar de las caídas globales en el empleo (por tanto de los accidentes laborales) y en la siniestralidad de tráfico (también, por la caída general de tráfico). En términos relativos, esta tendencia se ve mucho más clara:
Desde 1990, la incorporación de la mujer al mundo laboral y a las carreteras ha provocado una mayor mortalidad externa de mujeres, es decir, causada por accidentes laborales y de tráfico. Aunque no tengo datos específicos, imagino que incluso las muertes accidentales no laborales, como las causadas por práctica de deportes de riesgo, muestran un comportamiento similar.
2.- Hay un sesgo biológico del riesgo de muerte no natural según sexo.
El INE también nos dice que, desde el primer año de vida, los niños sufren más accidentes mortales que las niñas. En muchos lugares del mundo, por acción u omisión de padres y familias, mueren más niñas que niños, pues estos son preferidos a aquellas. Es decir, que se mata o deja morir a las hijas para dar mayores oportunidades de supervivencia a los hijos. Por suerte no es así en España y al contrario, en los primeros años de vida los niños sufren más muertes accidentales y violentas que las niñas y el riesgo de muerte accidental o violenta aumenta en los jóvenes hasta ser de 4:1 en adultos de 20 a 45 años. Y esto no ha cambiado un ápice en los últimos treinta años. A partir de ahí, la probabilidad se reequilibra un poco y a partir de los 80, como las mujeres son clara mayoría, mueren más ancianas que ancianos, también por causas no naturales.
La estadística muestra que el mundo masculino es más peligroso que el femenino incluso en el primer año de vida, y un hombre adulto tiene cuatro veces más probabilidades de morir de forma violenta que una mujer.
3.- Suicidio. La relación de suicidios entre hombres y mujeres es de 3:1.
De 1995 a 2013 según datos del INE se suicidaron en España 39.306 hombres y 13.290 mujeres, un ratio medio de 3:1, que aparentemente estable a largo plazo, aunque la tendencia temporal está complicada por un cambio metodológico en 2006 que generó un salto en las cifras de suicidio.
En los años 2005 y 2006, únicos para los que el INE da estadísticas específicas, se suicidaron en España 908 mujeres y 2.807 hombres, una relación de 1:3,1. Además, 252 mujeres intentaron pero no llegaron a consumar su propio homicido (un 27,8 %), lo mismo que 210 hombres (un 7,5 %). La relación de suicidos consumados no variaron en todo el rango de edades, aunque sí las tentativas, mucho más comunes entre las mujeres jóvenes de 10-20 años. La violencia del hombre es tres veces mayor que la de las mujeres y es tres veces más efectiva.
4.- Homicidio. La relación de homicidios entre hombres y mujeres pasó de 4:1 a 2:1 entre 1980 y 2013.
Como en el caso de muertes no naturales, las estadísticas de homicidios del INE para los últimos 35 años, (y obviando el dato anómalo de 1980) muestran que los homicidios de hombres fueron más y con mayores altibajos. Desde la década de 1980 los homicidios de mujeres han permanecido relativamente estables en torno a los 100 al año. Sin embargo, la diferencia relativa entre homicidios de hombres y mujeres no ha dejado de reducirse y ha pasado de una relación de 4:1 a otra de 2:1, grosso modo.
Conclusión:
A mi modo de ver, la aparente amenaza neomachista de la sociedad española no es tal, sino un efecto estadístico de la incorporación de la mujer al mundo masculino. Los homicidios relativos de mujeres han aumentado de forma similar a como lo ha hecho el índice relativo de suicidio de mujeres o el índice relativo de muertes accidentales de mujeres, y forma parte de una tendencia general que iguala a hombres y mujeres.
Desde luego, las mujeres no son responsables de que el mundo de los hombres sea más violento que el suyo ni tienen porqué soportarlo o padecerlo, pero plantear que el aumento de violencia relativa y absoluta que soportan se debe a una agresión reactiva de tipo misógino por parte de los hombres no es una interpretación correcta de lo que está pasando y no facilita la solución del problema.
Lo que se desprende es que la violencia de los hombres está específicamente dirigida hacia los propios hombres en primer lugar, tal y como muestran las cifras de accidentes, suicidios y homicidios. Los hombres, siendo los verdugos, son también quienes más sufren su propia violencia, y por tanto, la menor tolerancia hacia la violencia en todas sus formas, -delictivas o no- que se deriva de la feminización de la sociedad pasa por beneficiar a los hombres más aún que a las mujeres.
Pero la ventaja fundamental de este planteamiento es que permite entender el problema de la violencia en la sociedad como un dilema del prisionero, y de este modo es posible implementar medidas y valorar los resultados obtenidos del modo más realista posible. Veamos.
Es de esperar que, en el futuro, si lo que deseamos es una sociedad igualitaria, las tasas de muertes violentas entre hombres y mujeres serán parejas, Esto implica un perjuicio relativo para las mujeres, ya que ahora mismo la tasa de muertes violentas de mujeres -accidentales o intencionadas- es mucho más baja que la del hombre. El dilema del prisionero nos dice que la mejor solución pasa por maximizar las ganacias generales en relación a las pérdidas relativas particulares. Así, un aumento de violencia relativa hacia las mujeres debería valorarse siempre en comparación con una disminución mayor de las tasas generales de violencia. Esto indicaría que las políticas de igualación están funcionando de modo correcto. Lo que no me parece posible ni realista es pretender aislar a la mujer de la violencia del mundo masculino a la vez que se plantea la integración de uno y otro. Una política de desigualdad penal entre hombre y mujer puede ser un medio, pero no un fin en sí mismo. Si queremos disminuir la violencia contra la mujer y caminar por una senda igualitaria, debemos disminuir aún más la violencia del hombre contra el hombre. .
Óscar. Los datos que presentas me parecen interesantísimos y creo que merecen ser sacados a la luz en el contexto de estos debates en torno a la violencia. Creo que la etiqueta de violencia masculina es una buena candidata a cómo debería enmarcarse el problema.
ResponderEliminarPero luego tu argumentación se enreda. Y además obvias una fuente de datos importantes, al confundir todas las muertes violentas en general, respecto a las muertes que acaecen en el contexto de los enfrentamientos "amorosos" y en pareja como fuente de la motivación de la agresión. Haciendo eso, las cosencuencias que sacas están ya sesgadas y la hipótesis del "hombre que confundió a una mujer con el ganado" (para citar el famoso artículo de Margo Wilson y Martin Daly ("The man who mistook his wife for a chattle") sigue siendo robusta, especialmente si atendemos a las características vitales de los que cometen los crímenes.
Por consiguiente, tu concepto de violencia masculina me parece muy interesante y salvable, pero las conclusiones de este artículo están contaminadas por el hecho de que no tienes en cuenta la existencia de características propias (distintas en varios aspectos a las de la de "muerte violenta en general") de lo que comunmente se llama violencia machista. Sí existen diferencias respecto al objetivo (o lo que tu llamas "destino") de la violencia y no sólo respecto a la fuente u origen.
Hola Hugo y gracias por tu comentario. Siento no haber sido más claro. No he usado datos de violencia de género porque creo que precisamente ese tipo distinción no deja ver el bosque que pretendía resaltar: que la violencia masculina hacia la mujer no es distinta o específica, sino parte de una violencia sistémica masculina, podríamos llan¡marla ecositémica. Y es lo que creo que prueban los datos.
ResponderEliminarLa cuestión es que la relación de muertes por homicidios, accidentes o suicidios entre hombres y mujeres es muy semejante y por tanto la motivación de un hombre para matar a una mujer por amor o por dinero es irrelevante.
Lo importante es que un hombre considera el uso de la violencia como medio para lograr unos fines, sean los que sean,. sexuales, sociales, económicos... da igual. Y esto es lo que muestran los datos, que la violencia es ecosistémicamente masculina y que por supuesto, la mujer es víctima, pero no por que sea un objetivo prinicpal de esa violencia, sino por convivir con el hombre. Y ahí es donde la integración y la igualación entre hombres y mujeres causa el perjuicio relativo de las mujeres, pues al acceder al mundo de los hombres en igualdad, , lo que se encuentran es un mundo mucho más violento (y de ahí, por ejemplo, el incremento de muertes accidentales de mujeres al aceptar y asumir roles antes masculinos como, por ejemplo, deportes o trabajos de mayor riesgo físico; no será esto violencia machista, pero sí masculina).
Por eso la solución al problema de la violencia de género no se encontrará en medidas parciales (de la violencia del hombre de forma expresa hacia la mujer), sino en medidas generales contra la violencia masculina.
saludos..
No entiendo tu argumentación, especialmente porque dices que "al acceder al mundo de los hombres en igualdad, lo que encuentran es un mundo mucho más violento".
ResponderEliminarAsí que, a ver si me entero: las mujeres vivíamos en un mundo femenino y pacífico (o menos violento) donde los hombres no las maltrataban ni asesinaba por el simple hecho considerarlas objetos de su posesión (lo que venimos definiendo como machismo). ¿En qué sociedad y en qué época concretamente?
Después accedimos al mundo "de los hombres" (porque salimos del mundo "de las mujeres" ¿no?)
¿puedes concretar un poco más cuándo y dónde se produce ese viaje? ¿en qué dimensión? ¿Dónde exactamente estábamos antes? ¿No convivíamos con los hombres?
Negar el machismo es tan absurdo que no tengo calificativos para describir la sensación que me produce. Negar el machismo es negar sus consecuencias directas en la violencia que han sufrido y sufren las mujeres directamente por su causa.
Hemos avanzado mucho pero aún hay mucho que hacer para llegar a una sociedad igualitaria.
Podemos discutir las formas de lograrlo pero yo al menos no voy a tolerar (en lo que esté en mi mano) invisibilizar el machismo que afecta en exclusiva a la mujer por una cuestión cultural en la que un hombre pretende su supremacía sobre una mujer. Eso es tan real que no hay datos que puedas retorcer para negarlo.
Es eviedente que hombres y mujeres siempre hemos vivido juntos y revueltos, pero hasta hace bien poco los hombres nos habíamos reservado derechos de participación en la vida pública que negamos a las mujeres. Básicamente esos son los mundos del hombre: la vida pública, el gobierno, etc. La mujer quedaba relegada a lo que se entiende de modo común como vida privada. A eso me refiero.
ResponderEliminarPor lo demás, no niego el machismo como ideología de dominio (como pueda ser el racismo), solo intento hacer ver lo reduccionista (y hasta equívoco) que puede ser plantear que la violencia que sufren las mujeres sea una violencia masculina específica, dirigida de modo principal hacia las mujeres.
Y ya siguiendo el ejemplo del racismo, pues bien, la sociedad ya no admite la violencia racista, pero una parecida exclusión se sigue canalizando a través de otros discursos económicos y sociales. Lo que subyace al racismo es la exclusión, la tendencia de todo grupo humano a crear una solidaridad interna pero excluyente y que en su extremo lleva a justificar que podemos machacar al diferente o, como poco, a ignorarlo, que no es problema nuestro..
Saludos..