La guerra civil española duró, de forma oficial, del 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939.
Durante estos treinta y dos meses y medio los contendientes mantuvieron un frente de batalla de cientos de kilómetros, mucho más largo que el frente occidental de la IGM y que, en consecuencia, considerando el tamaño de los ejércitos enfrentados, resultaba mucho más permeable que aquél.
En mi opinión, fue este largo frente el que empujó a los nacionales a utilizar el terror como arma de guerra para asegurar su propia retaguardia, mucho más débil por su falta de legitimidad. Al fin y al cabo ellos eran los rebeldes, los amotinados.
Pero no es esto a lo que iba, sino a otra extraña característica de nuestra guerra civil, una particularidad que explica muchas cosas y que, a mi entender, no ha sido demasiado bien comprendida ni advertida: que la guerra civil española fue, en realidad un larguísimo asedio, un cerco en toda regla.
El mismo 18 de julio, bandas fascistas procedentes de Segovia trataron de asegurar el túnel ferroviario de Somosierra hacia Madrid iniciando los primeros combates de la guerra en torno a la capital, pero no fue hasta el 28 de marzo de 1939 que las tropas nacionales entraron en Madrid. Tres días después, terminó la guerra.
La guerra civil española fue una gigantesca batalla de asedio por la toma de Madrid. No hubo otro objetivo para los nacionales que tomar la capital. Una vez conquistada, se instalaron convirtiéndola en capital del Régimen, de modo que Madrid se identificó de modo definitivo con el españolismo más retrógrado. En las montañas donde quedaron clavadas las tropas nacionales hasta el final de la guerra, Franco mandó levantar el monumento que había de conmemorara su victoria: la cruz y basílica de Los Caídos.
El caso es que Madrid fue, para los sublevados, el único objetivo estratégico del plan de Mola, la conquista de Madrid era todo el plan de guerra de la sublevación.
Como movimientos secundarios quedaban las tomas de Bilbao y Barcelona, capitales "separatistas".
Está claro que el Plan de Mola era una proyección de las fijaciones y obsesiones mentales de la derecha española: las de un país entendido como una rueda girando en torno a Madrid y las cuñas seudoespañolas -nacionalistas, dicen ahora con desprecio los herederos del Bando Nacional- merecedoras cada una de una acción punitiva específica por parte del ejército español, la garantía de unidad de la Patria.
El plan de Mola fracasó precisamente en la periferia. Mola esperaba que la ciudad de Madrid fuese leal al gobierno legítimo de la República, pero no esperaba oposición en las provincias, salvo quizá en Barcelona o Bilbao. Sin embargo, allí donde lo que hoy se llama la sociedad civil era lo bastante fuerte como para hacer frente al poder militar, el golpe fracasó. Y toda la costa española salvo Galicia y Cádiz -no solo Barcelona y Bilbao- permaneció leal a la República española. De este modo, el cerco a Madrid desde todas las direcciones se hizo imposible, y la capital resistió treinta y dos meses, sostenida -una vez más- por toda la periferia.
Por cierto y ya de paso: otra cuestión que se pasa por alto. En 1936, gracias a la derecha española, la Península Ibérica volvió a ser invadida por un ejérrcito africano después de siete siglos. La última había sido la conquista almohade.
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